/ miércoles 14 de octubre de 2020

Sólo para villamelones | Dos momentos

¿Qué tan herido está este toro llamado Tauromaquia? ¿Hasta dónde será letal el espadazo llamado pandemia que vino a romperle las carnes luego de los varios pinchazos profundos de sus enemigos, y de algunos de sus amigos?

La profundísima crisis que agobia a nuestro toro, que se resiste a doblar en tablas, recibe de pronto bocanadas de aire puro, del oxígeno necesario para subsistir. Faenas como la de Finito de Córdoba, o más aún, como la de Morante de la Puebla en la ciudad de los Califas, parecen hacer que el bicho, aturdido por las circunstancias, arree de nuevo ante el engaño y se resista a humillar para recibir un certero golpe de descabello.

Juan Serrano, cerca ya de alcanzar el medio siglo de vida, destapó las esencias toreras en Antequera, apenas unos tres meses después de causar polémica, en Ávila, por regresarle el monto de su entrada a un espectador inconforme, ante un toro de Zalduendo, ahora propiedad mexicana, y José Antonio paró el tiempo en Córdoba, durante la corrida de la hispanidad, aunque malogró su quehacer con la espada.

Dos faenas, dos momentos, dos oportunidades de reivindicación. Dos de esos instantes que nos hacen renacer esperanzas, regresar la vista a lo importante, y darle al toro de la Tauromaquia la oportunidad de seguir vivo.

Acaso fueron estos dos momentos, hasta ahora, lo más significativo de una temporada marcada por la desdicha y la desesperanza. Acaso serán los que la mantengan aún latente, pese a su conclusión inminente.

El toro pues sigue en pie, amorcillado y dando, de pronto, esos arreones que lo identifican como bravo. La Fiesta sigue viva, a pesar de los pesares.

¿Qué tan herido está este toro llamado Tauromaquia? ¿Hasta dónde será letal el espadazo llamado pandemia que vino a romperle las carnes luego de los varios pinchazos profundos de sus enemigos, y de algunos de sus amigos?

La profundísima crisis que agobia a nuestro toro, que se resiste a doblar en tablas, recibe de pronto bocanadas de aire puro, del oxígeno necesario para subsistir. Faenas como la de Finito de Córdoba, o más aún, como la de Morante de la Puebla en la ciudad de los Califas, parecen hacer que el bicho, aturdido por las circunstancias, arree de nuevo ante el engaño y se resista a humillar para recibir un certero golpe de descabello.

Juan Serrano, cerca ya de alcanzar el medio siglo de vida, destapó las esencias toreras en Antequera, apenas unos tres meses después de causar polémica, en Ávila, por regresarle el monto de su entrada a un espectador inconforme, ante un toro de Zalduendo, ahora propiedad mexicana, y José Antonio paró el tiempo en Córdoba, durante la corrida de la hispanidad, aunque malogró su quehacer con la espada.

Dos faenas, dos momentos, dos oportunidades de reivindicación. Dos de esos instantes que nos hacen renacer esperanzas, regresar la vista a lo importante, y darle al toro de la Tauromaquia la oportunidad de seguir vivo.

Acaso fueron estos dos momentos, hasta ahora, lo más significativo de una temporada marcada por la desdicha y la desesperanza. Acaso serán los que la mantengan aún latente, pese a su conclusión inminente.

El toro pues sigue en pie, amorcillado y dando, de pronto, esos arreones que lo identifican como bravo. La Fiesta sigue viva, a pesar de los pesares.