/ miércoles 2 de diciembre de 2020

Sólo para villamelones | Márquez y Cortés

Coincidentes los tiempos de sus respectivas carreras, Manolo Cortés y Miguel Márquez fueron el estandarte hispano en algunas temporadas mexicanas, allá cuando nuestro país fue sede de las Olimpiadas y la década de los sesenta estaba ya declinando.

Casi tres años menor el primero, sevillano de nacimiento, pero apenas unos días lo separaron de la alternativa del segundo, que tenía como tierra primera la de Fuengirola. Ambos tomaron la alternativa en marzo de 1968, y a ambos los doctoró Antonio Ordoñez; uno en Valencia, el otro en Málaga.

Y aunque Cortés sumó faenas de época en su carrera, Márquez lidió corridas duras, salió triunfante varias veces de Las Ventas madrileña y acaparó, en las temporadas 68 y 69, la cifra de 198 corridas toreadas.

Cortés confirmó su alternativa en la Plaza México el 12 de enero de 1969, con el toro “Vidriero” de Coaxamalucan, teniendo como padrino a “Calesero Chicho” y a Eloy Cavazos como testigo, mientras que Márquez pasó a la historia por ser uno de los alternantes, junto con Mauro Liceaga y Fabián Ruiz, que se negaron a matar una corrida de La Laguna, el 19 de enero del 69, por la presencia en la plaza de la televisión.

Recuerdo aún las palabras de don Edmundo Fausto Zorrilla, enorme aficionado taurino y amigo entrañable de figuras como Carlos Arruza, hablar de las bondades de Cortés por sobre las características de Márquez. Decía el que fuera, por muchos años, responsable de las relaciones públicas de la Casa Domecq, que el del nacido en la localidad sevillana de Gines, era un toreo mucho más artístico que el fuengiroleño.

Pero lo que son las cosas: Yo sólo recuerdo aquellas verónicas de Márquez, con los brazos desmayados, tan distintas y tan particulares que resultaban inolvidables. Aún cierro los ojos, a medio siglo de distancia, y lo sigo viendo acompañar el paso del toro, con el capote bien sujeto cerca de la esclavina, y con aquellos brazos desvanecidos que llamaban a gritar, desde dentro, “olé”.

Coincidentes los tiempos de sus respectivas carreras, Manolo Cortés y Miguel Márquez fueron el estandarte hispano en algunas temporadas mexicanas, allá cuando nuestro país fue sede de las Olimpiadas y la década de los sesenta estaba ya declinando.

Casi tres años menor el primero, sevillano de nacimiento, pero apenas unos días lo separaron de la alternativa del segundo, que tenía como tierra primera la de Fuengirola. Ambos tomaron la alternativa en marzo de 1968, y a ambos los doctoró Antonio Ordoñez; uno en Valencia, el otro en Málaga.

Y aunque Cortés sumó faenas de época en su carrera, Márquez lidió corridas duras, salió triunfante varias veces de Las Ventas madrileña y acaparó, en las temporadas 68 y 69, la cifra de 198 corridas toreadas.

Cortés confirmó su alternativa en la Plaza México el 12 de enero de 1969, con el toro “Vidriero” de Coaxamalucan, teniendo como padrino a “Calesero Chicho” y a Eloy Cavazos como testigo, mientras que Márquez pasó a la historia por ser uno de los alternantes, junto con Mauro Liceaga y Fabián Ruiz, que se negaron a matar una corrida de La Laguna, el 19 de enero del 69, por la presencia en la plaza de la televisión.

Recuerdo aún las palabras de don Edmundo Fausto Zorrilla, enorme aficionado taurino y amigo entrañable de figuras como Carlos Arruza, hablar de las bondades de Cortés por sobre las características de Márquez. Decía el que fuera, por muchos años, responsable de las relaciones públicas de la Casa Domecq, que el del nacido en la localidad sevillana de Gines, era un toreo mucho más artístico que el fuengiroleño.

Pero lo que son las cosas: Yo sólo recuerdo aquellas verónicas de Márquez, con los brazos desmayados, tan distintas y tan particulares que resultaban inolvidables. Aún cierro los ojos, a medio siglo de distancia, y lo sigo viendo acompañar el paso del toro, con el capote bien sujeto cerca de la esclavina, y con aquellos brazos desvanecidos que llamaban a gritar, desde dentro, “olé”.