/ miércoles 23 de septiembre de 2020

Sólo para villamelones | Regalitis

¿Qué tan grave puede considerarse la proliferación manifiesta de los llamados toros de regalo en nuestro país? ¿Qué tanto es un deseo legítimo de agradar y que tanto un vicio escondido detrás de una aparente caricia a la noble afición?

Lo que pudiera considerarse, desde una visión muy simplista, hasta un acto de bonhomía para con los espectadores taurinos, es, en realidad, uno de los vicios más lacerantes de nuestra Fiesta. Un mal endémico que, de a poco, la va minando de manera significativa.

El toro de regalo, costumbre tan arropada en nuestro país, esconde entresijos innobles, y desgasta, como pocas prácticas, la esencia del toreo. Es pues una enfermedad que, cual virus, se extiende y consume, de a poco, al espectáculo.

Y es que, aparentemente, cuando un torero levanta su dedo y apunta al biombo de la autoridad a manera de solicitud para lidiar otro toro, se pretende hacer creer que ello habla de pundonor profesional, pero en realidad atenta contra la costumbre centenaria de las corridas de toros, que enaltece la igualdad de circunstancias, y la supremacía de la suerte como factor fundamental de su estructura.

En realidad, cuando un toro se regala, rompiendo con ello el rito tradicional de una corrida, de alguna manera se golpean las reglas establecidas, y todavía peor, se incentivan desagradables prácticas a las que apelan las llamadas figuras del toreo, principalmente las llegadas de allende el Atlántico, que encuentran en nuestro país un territorio proclive para solidificar sus ventajas.

Ese público mayoritario que aplaude un regalo de esta naturaleza, y que incluso lo pide con gritos, muchas veces desconoce que el burel que saldrá, regalado, por la puerta de toriles, cuenta con características que, si bien no aseguran el triunfo de su lidiador, cosa que es imposible, sí prevén un mejor resultado final. Incluso es práctica recurrente que algunas figuras lleven toros escogidos a los corrales de las plazas, para que se consideren reservas y puedan ser lidiados como regalo. Esto, como suele suceder desde siempre, es consentido por los toreros más jóvenes, que tienen que apechugar con las circunstancias, sabiendo que hay reservas intocables para ellos.

El torero es lo que es, o debería serlo. Lo que la suerte disponga desde el sorteo, otra práctica muy amañada también entre figuras, como un elemento esencial de su práctica; lo que las características de las reses reglamentariamente lidiadas aporte al triunfo o al descalabro.

Con los famosos y cotidianos toros de regalo, el toreo deja de ser, cada vez un poco más, lo que debía ser.

¿Qué tan grave puede considerarse la proliferación manifiesta de los llamados toros de regalo en nuestro país? ¿Qué tanto es un deseo legítimo de agradar y que tanto un vicio escondido detrás de una aparente caricia a la noble afición?

Lo que pudiera considerarse, desde una visión muy simplista, hasta un acto de bonhomía para con los espectadores taurinos, es, en realidad, uno de los vicios más lacerantes de nuestra Fiesta. Un mal endémico que, de a poco, la va minando de manera significativa.

El toro de regalo, costumbre tan arropada en nuestro país, esconde entresijos innobles, y desgasta, como pocas prácticas, la esencia del toreo. Es pues una enfermedad que, cual virus, se extiende y consume, de a poco, al espectáculo.

Y es que, aparentemente, cuando un torero levanta su dedo y apunta al biombo de la autoridad a manera de solicitud para lidiar otro toro, se pretende hacer creer que ello habla de pundonor profesional, pero en realidad atenta contra la costumbre centenaria de las corridas de toros, que enaltece la igualdad de circunstancias, y la supremacía de la suerte como factor fundamental de su estructura.

En realidad, cuando un toro se regala, rompiendo con ello el rito tradicional de una corrida, de alguna manera se golpean las reglas establecidas, y todavía peor, se incentivan desagradables prácticas a las que apelan las llamadas figuras del toreo, principalmente las llegadas de allende el Atlántico, que encuentran en nuestro país un territorio proclive para solidificar sus ventajas.

Ese público mayoritario que aplaude un regalo de esta naturaleza, y que incluso lo pide con gritos, muchas veces desconoce que el burel que saldrá, regalado, por la puerta de toriles, cuenta con características que, si bien no aseguran el triunfo de su lidiador, cosa que es imposible, sí prevén un mejor resultado final. Incluso es práctica recurrente que algunas figuras lleven toros escogidos a los corrales de las plazas, para que se consideren reservas y puedan ser lidiados como regalo. Esto, como suele suceder desde siempre, es consentido por los toreros más jóvenes, que tienen que apechugar con las circunstancias, sabiendo que hay reservas intocables para ellos.

El torero es lo que es, o debería serlo. Lo que la suerte disponga desde el sorteo, otra práctica muy amañada también entre figuras, como un elemento esencial de su práctica; lo que las características de las reses reglamentariamente lidiadas aporte al triunfo o al descalabro.

Con los famosos y cotidianos toros de regalo, el toreo deja de ser, cada vez un poco más, lo que debía ser.