/ miércoles 10 de marzo de 2021

Sólo para villamelones | Regreso de "El Cordobés"

Nació el último día de junio de 1968 en Arganda del Rey, en Madrid, y el destino, los genes, y la necesidad de apoyar a su madre herida, lo convirtieron en torero. No un torero de arte, no una figura taurina, pero sí un torero con atractivo especial y único entre las mayorías de los tendidos.

Manuel Díaz González, que lavaba coches cuando era un adolescente para ganarse la vida, quiso ser torero, al principio, para darse a conocer, para ser visto, para poder levantar la mano y reivindicar el honor de su madre, a sabiendas, desde siempre, de ser hijo no reconocido de un torero de época: Manuel Benítez.

Tomó la alternativa en Sevilla, nada menos que de la mano de Curro Romero, y con el dinero que ganó por la corrida en que confirmó su doctorado en Madrid, ahora con el padrinazgo del mexicano Miguel Espinosa, “Armillita”, al fin le compró una casa a su madre y cortó de tajo la costumbre de ser echados, desde siempre, de los hogares por los que no podían pagar el alquiler.

Manuel Díaz, que también se autonombró “El Cordobés”, es uno de esos toreros queridos por la afición, acaso más preocupado por lo que le sucedía fuera del ruedo que dentro, y quien reconoció, el algún momento, que toreaba “de oído”, escuchando el alboroto de los tendidos y siguiendo lo que éstos parecían querer, así fuera un camino alejado de los cánones.

Y este nuevo cordobés alcanzó dos metas trascendentes: convertirse en uno de los toreros con más contratos firmados, incluso toreando por arriba de las cien corridas en tres temporadas distintas, y lograr la confirmación legal de ser hijo de Manuel Benítez, quien lo negaba siempre. Ambos triunfos acaso equiparados en importancia para sus adentros.

Luego de un tiempo retirado, principalmente por problemas generados por su lastimada cadera, Manuel Díaz ha anunciado que regresa, precisamente en este año tan difícil para la Fiesta, a los ruedos. Lo hará en una corrida en la que alternará con Enrique Ponce y Emilio de Justo, para gusto y contento de sus seguidores.

Cierto es que no se trata de un lidiador puro que enarbole el buen torear, pero es, sin duda, un nombre tan mediático que algo significará en la enorme tarea que representa revivir un mundo tan herido como el del toreo. Su presencia, atractiva para tantos, de alguna manera puede colaborar a que la Fiesta Brava encuentre, lo más pronto posible, un camino de retorno donde el espectador resulta insubstituible e imprescindible.

Poseedor de una personalidad abierta y dicharachera, de sonrisa perenne y entusiasmo sin límites, Manuel Díaz, El Cordobés, está de regreso, para confirmar lo que él mismo sentencia: “Soy eternamente feliz”.

Nació el último día de junio de 1968 en Arganda del Rey, en Madrid, y el destino, los genes, y la necesidad de apoyar a su madre herida, lo convirtieron en torero. No un torero de arte, no una figura taurina, pero sí un torero con atractivo especial y único entre las mayorías de los tendidos.

Manuel Díaz González, que lavaba coches cuando era un adolescente para ganarse la vida, quiso ser torero, al principio, para darse a conocer, para ser visto, para poder levantar la mano y reivindicar el honor de su madre, a sabiendas, desde siempre, de ser hijo no reconocido de un torero de época: Manuel Benítez.

Tomó la alternativa en Sevilla, nada menos que de la mano de Curro Romero, y con el dinero que ganó por la corrida en que confirmó su doctorado en Madrid, ahora con el padrinazgo del mexicano Miguel Espinosa, “Armillita”, al fin le compró una casa a su madre y cortó de tajo la costumbre de ser echados, desde siempre, de los hogares por los que no podían pagar el alquiler.

Manuel Díaz, que también se autonombró “El Cordobés”, es uno de esos toreros queridos por la afición, acaso más preocupado por lo que le sucedía fuera del ruedo que dentro, y quien reconoció, el algún momento, que toreaba “de oído”, escuchando el alboroto de los tendidos y siguiendo lo que éstos parecían querer, así fuera un camino alejado de los cánones.

Y este nuevo cordobés alcanzó dos metas trascendentes: convertirse en uno de los toreros con más contratos firmados, incluso toreando por arriba de las cien corridas en tres temporadas distintas, y lograr la confirmación legal de ser hijo de Manuel Benítez, quien lo negaba siempre. Ambos triunfos acaso equiparados en importancia para sus adentros.

Luego de un tiempo retirado, principalmente por problemas generados por su lastimada cadera, Manuel Díaz ha anunciado que regresa, precisamente en este año tan difícil para la Fiesta, a los ruedos. Lo hará en una corrida en la que alternará con Enrique Ponce y Emilio de Justo, para gusto y contento de sus seguidores.

Cierto es que no se trata de un lidiador puro que enarbole el buen torear, pero es, sin duda, un nombre tan mediático que algo significará en la enorme tarea que representa revivir un mundo tan herido como el del toreo. Su presencia, atractiva para tantos, de alguna manera puede colaborar a que la Fiesta Brava encuentre, lo más pronto posible, un camino de retorno donde el espectador resulta insubstituible e imprescindible.

Poseedor de una personalidad abierta y dicharachera, de sonrisa perenne y entusiasmo sin límites, Manuel Díaz, El Cordobés, está de regreso, para confirmar lo que él mismo sentencia: “Soy eternamente feliz”.