/ miércoles 26 de junio de 2019

Contraluz: Sueño Americano

Juan buscaría la forma de irse en busca de una mejor vida, como tantos en su pueblo de San Ignacio

A Juan le ilusionaba el sueño americano. Acabaría la prepa y buscaría la forma de irse en busca de una mejor vida, como tantos en su pueblo de San Ignacio al que volvían de vez en vez con camionetas bien “perronas”, dinero para repartir y recursos para construir casas modernas en el valle y cerca de la presa, que pensaban ocupar cuando regresaran definitivamente a quedarse en su tierra…

Habitante, entonces, del barrio de San Sebastián acudió aquella tarde de septiembre de 1992, no tenía nada mejor qué hacer, a la Casa del Faldón convertida en Centro Cultural Comunitario donde un famoso escritor húngaro –Stephen Vizinczey autor de “En brazos de la mujer madura”- disertaría sobre su obra.

En medio del escaso público entendió poco de la exposición que tradujo con lucidez y claridad Lorraine Erbach.

Se detuvo al final ante la entrevista que le hacía María Teresa Azuara y ahí se quebró su afán de un futuro lejano, cuando la entrevistadora preguntó al escritor ¿qué es lo que ha sucedido con el sueño americano?

“Siempre ha sido un sueño, contestó aquél. Los Estados Unidos, país tan grande sin cultura propia, es un país filisteo. A los americanos no les importan las cosas del espíritu, ni las de la mente; por supuesto, tampoco los libros son importantes para ellos. Yo creo que casi todo el conocimiento, el mejor conocimiento humano, las mejores filosofías del mundo se encuentran en los libros. América siempre ha pasado por alto los grandes productos de grandes mentes, porque “se puede hacer más” sin entender la naturaleza humana y sin confrontar los predicamentos de los hombres; los americanos siempre se han rehusado a reconocerlos. Su fe en el final feliz, en la “felicidad”, el no admitir las cosas desagradables, se han convertido en un hábito mental en el cual radica su filisteísmo.

“Esto no es a causa del capitalismo –Francia es un país capitalista, Suiza es un país capitalista-, es cuestión de civilización. México por ejemplo es un país pobre, pero más civilizado que los Estados Unidos. Así lo veo. Es posible ser civilizado; si se es civilizado se puede tener una vida muy feliz. Y teniendo poco dinero. Es decir, se necesita dinero suficiente para comer, para pagar una casa, en fin para cubrir las necesidades básicas, pero no es necesario tener tres coches para ser feliz. En realidad la felicidad es posible solamente si se es civilizado, pero en el mundo anglosajón tienen una perspectiva filistea. En Estados Unidos y en Australia, yo diría que es el mismo tipo de país, piensan que en la vida lo único importante es hacer dinero, de modo que al llegar a los cuarenta años se dan cuenta que son muy infelices…”

Y acotó: “Lo que nos proporciona alegría es igual en todo el mundo”.

Juan meditó las palabras del escritor húngaro y dudó.

La imagen del sueño americano se emborrascó en su mente.

Decidió entonces quedarse, estudiar y trabajar aquí.

Con el tiempo se recibió y logró el título. Tiempo después tuvo oportunidad de viajar a Estados Unidos, solo para volver a casa dos meses después, luego de recorrer varias ciudades y viajar por sus valles centrales, la costa este y el noreste.

Vizinczey tenía razón, concluyó.

Aunque quizá ahora ya no se referiría a México como un país más civilizado… lamentó.


A Juan le ilusionaba el sueño americano. Acabaría la prepa y buscaría la forma de irse en busca de una mejor vida, como tantos en su pueblo de San Ignacio al que volvían de vez en vez con camionetas bien “perronas”, dinero para repartir y recursos para construir casas modernas en el valle y cerca de la presa, que pensaban ocupar cuando regresaran definitivamente a quedarse en su tierra…

Habitante, entonces, del barrio de San Sebastián acudió aquella tarde de septiembre de 1992, no tenía nada mejor qué hacer, a la Casa del Faldón convertida en Centro Cultural Comunitario donde un famoso escritor húngaro –Stephen Vizinczey autor de “En brazos de la mujer madura”- disertaría sobre su obra.

En medio del escaso público entendió poco de la exposición que tradujo con lucidez y claridad Lorraine Erbach.

Se detuvo al final ante la entrevista que le hacía María Teresa Azuara y ahí se quebró su afán de un futuro lejano, cuando la entrevistadora preguntó al escritor ¿qué es lo que ha sucedido con el sueño americano?

“Siempre ha sido un sueño, contestó aquél. Los Estados Unidos, país tan grande sin cultura propia, es un país filisteo. A los americanos no les importan las cosas del espíritu, ni las de la mente; por supuesto, tampoco los libros son importantes para ellos. Yo creo que casi todo el conocimiento, el mejor conocimiento humano, las mejores filosofías del mundo se encuentran en los libros. América siempre ha pasado por alto los grandes productos de grandes mentes, porque “se puede hacer más” sin entender la naturaleza humana y sin confrontar los predicamentos de los hombres; los americanos siempre se han rehusado a reconocerlos. Su fe en el final feliz, en la “felicidad”, el no admitir las cosas desagradables, se han convertido en un hábito mental en el cual radica su filisteísmo.

“Esto no es a causa del capitalismo –Francia es un país capitalista, Suiza es un país capitalista-, es cuestión de civilización. México por ejemplo es un país pobre, pero más civilizado que los Estados Unidos. Así lo veo. Es posible ser civilizado; si se es civilizado se puede tener una vida muy feliz. Y teniendo poco dinero. Es decir, se necesita dinero suficiente para comer, para pagar una casa, en fin para cubrir las necesidades básicas, pero no es necesario tener tres coches para ser feliz. En realidad la felicidad es posible solamente si se es civilizado, pero en el mundo anglosajón tienen una perspectiva filistea. En Estados Unidos y en Australia, yo diría que es el mismo tipo de país, piensan que en la vida lo único importante es hacer dinero, de modo que al llegar a los cuarenta años se dan cuenta que son muy infelices…”

Y acotó: “Lo que nos proporciona alegría es igual en todo el mundo”.

Juan meditó las palabras del escritor húngaro y dudó.

La imagen del sueño americano se emborrascó en su mente.

Decidió entonces quedarse, estudiar y trabajar aquí.

Con el tiempo se recibió y logró el título. Tiempo después tuvo oportunidad de viajar a Estados Unidos, solo para volver a casa dos meses después, luego de recorrer varias ciudades y viajar por sus valles centrales, la costa este y el noreste.

Vizinczey tenía razón, concluyó.

Aunque quizá ahora ya no se referiría a México como un país más civilizado… lamentó.


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