Está comprobado que el chicle reduce la acidez en la boca, aumentando al doble el flujo salival, lo cual es benéfico por su contenido de fosfato, calcio, hierro y enzimas que neutralizan la acidez de alimentos y bebidas. Además ayuda a limpiar los dientes y reduce la caries.
En las culturas egipcia y griega, se tenía la costumbre de mascar resinas de los árboles, sin embargo su uso contemporáneo se lo debemos a los mayas, quienes durante milenios han preparado chicle proveniente del árbol conocido como sapota o zapotilla (Manilkara zapota).
Escalaban el árbol y hacían grietas en una especie de zigzag para obtener la savia del tronco, la cual recolectaban en un recipiente para luego ponerla al fuego y posteriormente dejarlo secar y de esta manera obtener el cichle.
El nombre que asignaron a esta gomas mascable es, hasta hoy, sicte, que significa sangre o fluido vital, muy probablemente haciendo alusión a la savia que desliza por el generoso sapota.
Las bondades de mascar chicle llegaron también hasta los mexicas, los cuales adoptaron también el uso del chicle, a cual llamaron tzicli.
La historia contemporánea del chicle cuenta que Antonio López de Santa Ana llevó tzcli a Estados Unidos en su exilio en Nueva York. Conoció a un empresario, Thomas Adams, y ambos iniciaron un proyecto con el fin de mezclar este producto con hule y producir llantas; finalmente el proyecto falló y Adams, para no desperdiciar el producto, lo envió a su hijo, quien creó la primera marca comercial de impacto global, justo llamada Adams, la conocida marca de chicles.
En la actualidad la producción de chicle es muy común, pero mayormente se elabora a partir de un polímero sintético creado en los 50´s. Sin embargo el crecimiento de un mercado más consciente, que busca productos más naturales y sanos, ha reavivado el interés por el chicle maya.