Lo que expresamos tienen poder, nos ayudan a conectar con las personas, a designar y dar forma a lo que nos rodea. Sin embargo, no podemos olvidar tampoco el papel de ese diálogo interno, y de la necesidad de cuidar de esas palabras que nos decimos a nosotros mismos. Son nuestra primera herramienta creativa a través de ellas declaramos nuestra visión del mundo, de la vida, de nosotros mismos; pero un error fundamental es pensar que el origen de nuestro diálogo sea una verdad absoluta. Es tan arrogante como común olvidarse de que llegamos al mundo a través de otro ser humano (nuestra madre) heredando ipso facto un lugar (y un punto de vista) en un relato que ya está en movimiento. Las palabras que eligieron para explicarnos quiénes éramos desde bebés, quiénes eran ellos (los que nos recibieron: padres, familia, maestros), qué era el mundo, de qué estaba hecho, qué era lo que sentíamos, veíamos, escuchábamos, tocábamos. Lo que estaba bien o mal. Todas esos términos que recibimos fueron nuestro primer diccionario.
Y que difícil es hablarse bonito a uno mismo es como si nos autoflajeláramos y desaprobáramos lo bueno que somos para muchas cosas.
En Los cuatro acuerdos, un bello texto escrito por el médico mexicano Miguel Ruiz, este dice: "Sé impecable con tus palabras". Nosotros no inventamos las palabras que heredamos, pero podemos elegir cómo, cuándo y para qué usarlas. No podremos elegir muchas de las situaciones con las que nos tocará enfrentarnos, pero sí podemos elegir con las que vamos a responder a todo eso que nos pase.
Crecimos escuchando que "hay que portarse bien", "no te equivoques", "las chicas lindas tienen piernas flacas", "es feo estar gordo", "no somos ricos" y que "no se puede dejar de trabajar". Como estrofas en una canción, fuimos silbando bajito estas ideas (y muchas otras más) a lo largo de toda nuestra vida, casi sin darnos cuenta. Se han acomodado como verdades inobjetables, las cosas tal como son en el mundo, en forma tan evidente que cualquiera podría acreditar su valor-verdad. Vamos siempre escuchando lo mal que estamos y no se nos ocurre cuestionarlo porque estamos bien, porque las cosas funcionan de alguna manera: si estamos "gordos", hacemos dieta. Si queremos "la libertad que da el dinero", nos ponemos hacer billetes sin importar a qué costo. Cuando el mundo hace sentido, toda su complejidad se siente navegable. Y hasta confortable. Lo que nadie nos anticipó es que cuando estás creciendo como persona (como ser espiritual y puede ser que en edad también, aunque no haya una relación directa), la zona va quedando chica, hasta que aprieta. Llegó un momento en el que ya nos sentimos cómodos con muchos de los discursos que llenan el día a día.
Una vez descubierto nos percatarnos que hemos dejado de darles espacio a las prácticas viejas para explorar nuevas ideas, confrontar las que hemos heredado y formar así nuestro propio mensaje de identidad.
Por esto en este comienzo de año transforma el chip y cambia la forma de hablarte, en lugar de decir ¡no tengo dinero! di ¡estoy trabajando para tener mejor situación financiera!
Podemos tener incontables epifanías, pero solo toman verdadera forma cuando se convierten en una declaración. Desde la ontología del lenguaje (disciplina que estudia cómo, a partir del lenguaje, creamos nuestra identidad), una declaración es una oración creativa: crea realidad.
Anticipate a lo que quieres crear y conscientemente sortea las condiciones para lograrlo. No pongas el piloto automático, abre los oídos y prestá atención. Y si del otro lado vienen mensajes hirientes, no te lo tomes personal, se requiere mucha claridad de intención para no arrojarle a ese otro-espejo nuestras sombras.
(Con información de Vik Arrieta de Monoblock)