/ martes 9 de abril de 2019

El brillante hijo de un obrero de Hércules

 Murió, sí, pero dejó imborrables enseñanzas en sus muchos alumnos y una leyenda, la del “negro” García Ramírez

Entre las huestes universitarias le llamaban coloquialmente “El Negro”, pero el apodo, común y sin inventiva mayor, al emitirse, contenía siempre un genuino respeto, y a veces, hasta una pizca de miedo.

La legendaria historia de Jorge García Ramírez se remontaba a aquellos sus años mozos cuando caminaba desde su casa en Hércules hasta la universidad para asistir a sus clases de derecho desde las siete de la mañana, de su asistencia a la biblioteca para abrevar de los libros a la hora de la comida, y de su brillantez como estudiante, pero se aderezaba con infinidad de anécdotas como maestro estricto, litigante imbatible, notario destacado y jurista de primer nivel.

Bastante joven aún, fue magistrado del Tribunal Superior de Justicia, al lado de leyendas del tamaño de Antonio Pérez Alcocer y Fernando Díaz Ramírez; también sería presidente del mismo Tribunal y estuvo a punto, en algún momento de su vida, de convertirse en ministro de la Suprema Corte. Se entregó con dedicación, igualmente, al Club Rotario, pero, sobre todo, ante todo, fue maestro, por más de medio siglo, de varias generaciones de abogados.

Hijo de un obrero de Hércules se interesó pronto por la especialidad laboral, de la que se convirtió en experto, y fue de esta rama de la empezó siendo maestro de alumnos de contabilidad, convirtiéndose más tarde en titular indiscutible e insubstituible de las cátedras de Derecho Laboral y Derecho Procesal Laboral de futuros abogados.

Trabajó en sus inicios profesionales en agencias del Ministerio Público, y luego fue invitado a colaborar en el despacho del Lic. José Arana Morán, quien también fue su maestro en las aulas universitarias. Con el paso del tiempo, amén de un gran prestigio como abogado laborista, se convirtió en notario público, instalando sus oficinas en la céntrica calle de Madero.

Tuvo siempre una bien ganada fama de profesor estricto, al grado de que muchos estudiantes perdían sus envidiables promedios al cursar sus materias en los grados más avanzados de la carrera de abogado, en la Facultad de la que también sería director. Nadie de sus exalumnos pude decir que no sufrió con aquellos sus exámenes; tampoco nadie que no aprendió Derecho Laboral.

Fue nombrado Maestro Emérito de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Querétaro, su escuela, en cuyo edificio una de las aulas más destacadas lleva su nombre.

Ayer, a los setenta y nueve años, murió. Le sobreviven su esposa Socorro Quiroz, a quien conoció como su alumna en una escuela comercial, sus hijos Jorge, Socorro, Alejandrina, Alma Rosa y Paulina, y tres nietos.

Murió, sí, pero dejó imborrables enseñanzas en sus muchos alumnos y una leyenda, la del “negro” García Ramírez, que se incrementará con el tiempo y la ausencia. Su lugar en el mundo de la abogacía y la enseñanza del derecho será insubstituible.

Entre las huestes universitarias le llamaban coloquialmente “El Negro”, pero el apodo, común y sin inventiva mayor, al emitirse, contenía siempre un genuino respeto, y a veces, hasta una pizca de miedo.

La legendaria historia de Jorge García Ramírez se remontaba a aquellos sus años mozos cuando caminaba desde su casa en Hércules hasta la universidad para asistir a sus clases de derecho desde las siete de la mañana, de su asistencia a la biblioteca para abrevar de los libros a la hora de la comida, y de su brillantez como estudiante, pero se aderezaba con infinidad de anécdotas como maestro estricto, litigante imbatible, notario destacado y jurista de primer nivel.

Bastante joven aún, fue magistrado del Tribunal Superior de Justicia, al lado de leyendas del tamaño de Antonio Pérez Alcocer y Fernando Díaz Ramírez; también sería presidente del mismo Tribunal y estuvo a punto, en algún momento de su vida, de convertirse en ministro de la Suprema Corte. Se entregó con dedicación, igualmente, al Club Rotario, pero, sobre todo, ante todo, fue maestro, por más de medio siglo, de varias generaciones de abogados.

Hijo de un obrero de Hércules se interesó pronto por la especialidad laboral, de la que se convirtió en experto, y fue de esta rama de la empezó siendo maestro de alumnos de contabilidad, convirtiéndose más tarde en titular indiscutible e insubstituible de las cátedras de Derecho Laboral y Derecho Procesal Laboral de futuros abogados.

Trabajó en sus inicios profesionales en agencias del Ministerio Público, y luego fue invitado a colaborar en el despacho del Lic. José Arana Morán, quien también fue su maestro en las aulas universitarias. Con el paso del tiempo, amén de un gran prestigio como abogado laborista, se convirtió en notario público, instalando sus oficinas en la céntrica calle de Madero.

Tuvo siempre una bien ganada fama de profesor estricto, al grado de que muchos estudiantes perdían sus envidiables promedios al cursar sus materias en los grados más avanzados de la carrera de abogado, en la Facultad de la que también sería director. Nadie de sus exalumnos pude decir que no sufrió con aquellos sus exámenes; tampoco nadie que no aprendió Derecho Laboral.

Fue nombrado Maestro Emérito de la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Querétaro, su escuela, en cuyo edificio una de las aulas más destacadas lleva su nombre.

Ayer, a los setenta y nueve años, murió. Le sobreviven su esposa Socorro Quiroz, a quien conoció como su alumna en una escuela comercial, sus hijos Jorge, Socorro, Alejandrina, Alma Rosa y Paulina, y tres nietos.

Murió, sí, pero dejó imborrables enseñanzas en sus muchos alumnos y una leyenda, la del “negro” García Ramírez, que se incrementará con el tiempo y la ausencia. Su lugar en el mundo de la abogacía y la enseñanza del derecho será insubstituible.

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