/ viernes 22 de noviembre de 2019

El Baúl

La borrachita


El mote arrancó carcajadas en algunos y sonrisas en otros cuando supieron qué lo había inspirado, aunque duró poco tiempo. Luego se fue quedando en algunos de los confines de la memoria colectiva hasta que, revuelto entre otras tantas anécdotas no más importantes, cayó en el olvido eterno.

Fueron esos los tiempos en que por caprichos de algunos y “razones” de otros, las calles céntricas eran tomadas por las muchedumbres que gritaban consignas contra algunas autoridades y se apoderaban durante días de algunos espacios públicos, de manera particular, de un jardín.

Que hubiera sido así, molestaba a los lugareños, porque las actividades diarias de pronto se alteraban, el tráfico vehicular se hacía más denso en determinados sitios de las vecindades del centro afectando algunos giros comerciales, lo que de suyo mermaba la economía del comercio regular.

Por entonces eran tan frecuentes las protestas de las masas que, sin pretenderlo, sus marchas escandalosas se convirtieron temporalmente en una estampa urbana de la ciudad, de modo que algunos visitantes, sobre todo extranjeros, aprovecharon los plantones de los protestantes para imprimir placas en sus cámaras fotográficas; a veces hasta se tomaban fotos junto a los que invadían el espacio público.

La imagen recurrente obligó a algunas autoridades a dialogar con los “dirigentes” que arengaban a miles de sus seguidores para protestar y exigir para ellos y sus familias el mínimo de satisfactores primarios. Fue una estrategia que luego capitalizaron otras multitudes y la aplicaron tiempo después, sin reparar en que habría un momento a partir del cual las autoridades en turno determinaron no negociar con los “líderes” lo que no era negociable, porque no era admisible que para obtener un bienestar a que tiene derecho todo ciudadano, hubiera que violar la ley.

Mientras tanto, el mote de “la borrachita” seguía en el ánimo del buen humor del pópulo y en veces unos lo tomaban para embromar a algunos funcionarios que, prudentes, lo aceptaban de mala gana sin demostrar que la broma era nada graciosa:

-¿Ya sabes en qué se parece el jardín Guerrero a Plaza de Amas? –le dijo un periodista a un funcionario de primer nivel.

-¿Tú también? –respondió el servidor público con algo de enfado.

-No, no es lo que imaginas; se parece en que en ambos lugares hay una fuente.

Otros fueron más directos:

-¿Ya sabes por qué a Plaza de Armas le dicen “la borrachita”?

-Por qué…

-Porque siempre está tomada.

Es que, por entonces, aquéllas muchedumbres hacían plantones de días en dicho sitio.

La borrachita


El mote arrancó carcajadas en algunos y sonrisas en otros cuando supieron qué lo había inspirado, aunque duró poco tiempo. Luego se fue quedando en algunos de los confines de la memoria colectiva hasta que, revuelto entre otras tantas anécdotas no más importantes, cayó en el olvido eterno.

Fueron esos los tiempos en que por caprichos de algunos y “razones” de otros, las calles céntricas eran tomadas por las muchedumbres que gritaban consignas contra algunas autoridades y se apoderaban durante días de algunos espacios públicos, de manera particular, de un jardín.

Que hubiera sido así, molestaba a los lugareños, porque las actividades diarias de pronto se alteraban, el tráfico vehicular se hacía más denso en determinados sitios de las vecindades del centro afectando algunos giros comerciales, lo que de suyo mermaba la economía del comercio regular.

Por entonces eran tan frecuentes las protestas de las masas que, sin pretenderlo, sus marchas escandalosas se convirtieron temporalmente en una estampa urbana de la ciudad, de modo que algunos visitantes, sobre todo extranjeros, aprovecharon los plantones de los protestantes para imprimir placas en sus cámaras fotográficas; a veces hasta se tomaban fotos junto a los que invadían el espacio público.

La imagen recurrente obligó a algunas autoridades a dialogar con los “dirigentes” que arengaban a miles de sus seguidores para protestar y exigir para ellos y sus familias el mínimo de satisfactores primarios. Fue una estrategia que luego capitalizaron otras multitudes y la aplicaron tiempo después, sin reparar en que habría un momento a partir del cual las autoridades en turno determinaron no negociar con los “líderes” lo que no era negociable, porque no era admisible que para obtener un bienestar a que tiene derecho todo ciudadano, hubiera que violar la ley.

Mientras tanto, el mote de “la borrachita” seguía en el ánimo del buen humor del pópulo y en veces unos lo tomaban para embromar a algunos funcionarios que, prudentes, lo aceptaban de mala gana sin demostrar que la broma era nada graciosa:

-¿Ya sabes en qué se parece el jardín Guerrero a Plaza de Amas? –le dijo un periodista a un funcionario de primer nivel.

-¿Tú también? –respondió el servidor público con algo de enfado.

-No, no es lo que imaginas; se parece en que en ambos lugares hay una fuente.

Otros fueron más directos:

-¿Ya sabes por qué a Plaza de Armas le dicen “la borrachita”?

-Por qué…

-Porque siempre está tomada.

Es que, por entonces, aquéllas muchedumbres hacían plantones de días en dicho sitio.

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