/ miércoles 24 de febrero de 2021

Lawrence Ferlinghetti, el "padrino" de autores marginados

Fallece Lawrence Ferlinghetti el último de la llamada Generación beat de los años 50 a los 101 años

La fama, dicen, es para los escritores, no para la gente que los publica. Para Lawrence Ferlinghetti fue imposible seguir esa regla: ¿Cómo ser anónimo cuando se tienen las agallas de publicar a los que nadie quiere publicar?

Eso hizo Ferlinghetti con todos los autores que conformaron la Generación beat, una de las camadas más importantes de la literatura norteamericana. También fue poeta: el último de esa generación de libertarios que sólo querían incendiar el mundo con letras y mucho jazz.

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La literatura está de luto porque Lawrence Ferlinghetti murió ayer a los 101 años en San Francisco, la ciudad donde en 1953 fundó City Lights, la pequeña librería/editorial donde se gestaron varios de los movimientos contraculturales más importantes del mundo en el siglo XX.

Gracias a esa librería que posteriormente también fue sello editorial, el mundo pudo leer las locuras de escritores que van desde Allen Ginsberg y Jack Kerouac hasta William Burroughs y Charles Bukowski. Todos ellos tatuados con la marca de la marginalidad y la independencia.

Como en alguna ocasión dijo el escritor británico Martin Amis: la figura del outsider en la literatura no hubiera sido la misma sin obras como Aullido (1955), un atípico poema de Ginsberg que indignó a las buenas conciencias por sus supuestos contenidos obscenos sobre drogas y liberación sexual. El escándalo fue tal que Lawrence Ferlinghetti —el único editor que se atrevió a publicarlo— fue arrestado bajo el delito de “imprimir contenidos indecentes”. La sociedad aún no estaba lista para leer contenidos abiertamente homosexuales.

Después de un juicio que trascendió mediáticamente las fronteras de Estados Unidos, Ferlinghetti fue liberado y se convirtió en esta especie de “padrino” de los escritores marginales, esos a los que ninguna editorial grande les hacía caso. No por nada Jorge Herralde —uno de los editores más importantes del español y fundador del sello Anagrama— solía visitar el rincón de City Lights en San Francisco para descubrir autores interesantes y traducir sus obras al español. Uno de ellos fue Charles Bukowski, uno de los mayores fenómenos editoriales de todos los tiempos.

Ferlinghetti también escribió poesía, ensayo y teatro. Hace cuatro años dijo al diario español El País que “los escritores no se retiran hasta que no pueden sostener el bolígrafo”. Lo cumplió.

Entre sus obras más importantes disponibles en México se encuentran A coney island of the Mind (1958) y A far rockaway of the heart (1997). También está Poetry as insurgent art (2007) para quien desee entender la dimensión social de la poesía y, por supuesto, su autobiografía: Little boy (2019), una suerte de confesionario donde el autor describe su doloroso pasado, con un padre que muere meses después de que él naciera y una madre que acaba en el psiquiátrico antes de que cumpliera dos años. Después de varios años en la orfandad, fue adoptado por una familia rica que lo instruyó en las academias más renombradas del mundo, como La Sorbona de París.

Antes de ser poeta, librero y editor, fue militar. Participó en la Segunda Guerra Mundial como oficial mayor y fue uno de los que, en 1944, comandó al desembarco de las tropas estadounidenses en Normandía, la batalla que sentaría la derrota del régimen nazi y, con ello, el fin del conflicto.

Independiente hasta de su propia generación, Ferlinghetti luchó por la libertad desde distintos frentes. Ganó la guerra en la arena y en el papel. Perdió contra la muerte. Un pedazo del siglo XX se ha ido para siempre.




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La fama, dicen, es para los escritores, no para la gente que los publica. Para Lawrence Ferlinghetti fue imposible seguir esa regla: ¿Cómo ser anónimo cuando se tienen las agallas de publicar a los que nadie quiere publicar?

Eso hizo Ferlinghetti con todos los autores que conformaron la Generación beat, una de las camadas más importantes de la literatura norteamericana. También fue poeta: el último de esa generación de libertarios que sólo querían incendiar el mundo con letras y mucho jazz.

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La literatura está de luto porque Lawrence Ferlinghetti murió ayer a los 101 años en San Francisco, la ciudad donde en 1953 fundó City Lights, la pequeña librería/editorial donde se gestaron varios de los movimientos contraculturales más importantes del mundo en el siglo XX.

Gracias a esa librería que posteriormente también fue sello editorial, el mundo pudo leer las locuras de escritores que van desde Allen Ginsberg y Jack Kerouac hasta William Burroughs y Charles Bukowski. Todos ellos tatuados con la marca de la marginalidad y la independencia.

Como en alguna ocasión dijo el escritor británico Martin Amis: la figura del outsider en la literatura no hubiera sido la misma sin obras como Aullido (1955), un atípico poema de Ginsberg que indignó a las buenas conciencias por sus supuestos contenidos obscenos sobre drogas y liberación sexual. El escándalo fue tal que Lawrence Ferlinghetti —el único editor que se atrevió a publicarlo— fue arrestado bajo el delito de “imprimir contenidos indecentes”. La sociedad aún no estaba lista para leer contenidos abiertamente homosexuales.

Después de un juicio que trascendió mediáticamente las fronteras de Estados Unidos, Ferlinghetti fue liberado y se convirtió en esta especie de “padrino” de los escritores marginales, esos a los que ninguna editorial grande les hacía caso. No por nada Jorge Herralde —uno de los editores más importantes del español y fundador del sello Anagrama— solía visitar el rincón de City Lights en San Francisco para descubrir autores interesantes y traducir sus obras al español. Uno de ellos fue Charles Bukowski, uno de los mayores fenómenos editoriales de todos los tiempos.

Ferlinghetti también escribió poesía, ensayo y teatro. Hace cuatro años dijo al diario español El País que “los escritores no se retiran hasta que no pueden sostener el bolígrafo”. Lo cumplió.

Entre sus obras más importantes disponibles en México se encuentran A coney island of the Mind (1958) y A far rockaway of the heart (1997). También está Poetry as insurgent art (2007) para quien desee entender la dimensión social de la poesía y, por supuesto, su autobiografía: Little boy (2019), una suerte de confesionario donde el autor describe su doloroso pasado, con un padre que muere meses después de que él naciera y una madre que acaba en el psiquiátrico antes de que cumpliera dos años. Después de varios años en la orfandad, fue adoptado por una familia rica que lo instruyó en las academias más renombradas del mundo, como La Sorbona de París.

Antes de ser poeta, librero y editor, fue militar. Participó en la Segunda Guerra Mundial como oficial mayor y fue uno de los que, en 1944, comandó al desembarco de las tropas estadounidenses en Normandía, la batalla que sentaría la derrota del régimen nazi y, con ello, el fin del conflicto.

Independiente hasta de su propia generación, Ferlinghetti luchó por la libertad desde distintos frentes. Ganó la guerra en la arena y en el papel. Perdió contra la muerte. Un pedazo del siglo XX se ha ido para siempre.




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