/ viernes 26 de abril de 2019

El Baúl

Su oficio de taxista le permitió conocer algunos caños del bajo mundo. Pero nunca pensó en que un día él sería una de las víctimas. Porque le iba muy bien:

-Y luego me decía uno de los clientes que yo tenía, jálate para tal lugar y preguntas por tal persona y la llevas a tal lugar. Y mientras llego la entretienes. –Y le daba dinero para que sufragara las eventualidades.

De este modo fue conociendo detalles de los amores furtivos, hasta que decidió aprovechar en su beneficio la información privilegiada que tenía:

-Si yo veía que el cliente como que tenía su dinerito; y si yo veía que no se iba a apachurrar y me iba a dar una buena propina, nomás esperaba el momento y le decía que yo sabía dónde.

Hubo un momento desde el cual el taxista se hizo amigo de algunas mujercitas de aquellas por las que iba a determinados lugares públicos o domicilios para llevarlas adonde las esperaban, y entonces les habló de lo que parecía una sociedad.

-Un día yo le dije a una chava, así nomás para tantear: Oye, pues a veces algunos clientes me preguntan que dónde la onda es tranquila, tú sabes, discreta. ¿Qué dices? ¿Te los llevó?, digo, si se puede. Y ella me dijo que sí. Y así empezó todo, hasta el día aquel que le conté.

Se hizo amigo de ella y de varias. De modo que sabía dónde encontrarlas, cuáles eran sus números telefónicos, los costos del servicio, si procedían o no del interior del país, si eran controladas por alguien y hasta si tenían hijos. Casi todo sabía de ellas:

-No me lo va a creer pero a veces hasta sabía qué perfume se ponían para el jale… Y había unas que, no hombre, no necesitaban perfume. Estaban, que nomás viera… A veces unas me decían, ven por mí a tal hora; y si no salgo, pita dos veces o más…

Así que, un día dejó el taxi, se acicaló más o menos, metió unos billetes en su cartera y salió a disfrutar el mundo que creía dominaba. Por supuesto que fue a otros lugares, y en uno de ellos la encontró:

-Usted la veía, y nomás porque estaba en el bar, si no, ni por la cabeza le pasaba que fuera. Bien chamaquita, bien bonita, y todo bien. Y como yo ya sabía cómo era el negocio, pues por ahí me fui, hasta que ya estábamos bien a todo dar y muy acá. Ya hasta el mesero sabía cuándo debía de llevar las chelas… Y ya de rato nos salimos. Llegamos, pedimos otras chelas y empezó el jale. Todo iba bien, hasta que de repente me sentí bien mareado, ¡pero bien mareado! Sólo me acuerdo que pensé: ¡Ya me llevó la…! Me quedé bien jetón. Nomás porque como a las doce tocaron los del hotel, si no, me sigo.

Y cuando se incorporó en la cama todavía atolondrado, se dio cuenta de que la chica se había llevado su ropa, su reloj, una pulsera de plata, una cadena de oro que llevaba siempre en el cuello, la cartera… Todo.

-Me dejó hasta sin calcetines… Ya se imaginará cómo me fue con mi vieja.

Su oficio de taxista le permitió conocer algunos caños del bajo mundo. Pero nunca pensó en que un día él sería una de las víctimas. Porque le iba muy bien:

-Y luego me decía uno de los clientes que yo tenía, jálate para tal lugar y preguntas por tal persona y la llevas a tal lugar. Y mientras llego la entretienes. –Y le daba dinero para que sufragara las eventualidades.

De este modo fue conociendo detalles de los amores furtivos, hasta que decidió aprovechar en su beneficio la información privilegiada que tenía:

-Si yo veía que el cliente como que tenía su dinerito; y si yo veía que no se iba a apachurrar y me iba a dar una buena propina, nomás esperaba el momento y le decía que yo sabía dónde.

Hubo un momento desde el cual el taxista se hizo amigo de algunas mujercitas de aquellas por las que iba a determinados lugares públicos o domicilios para llevarlas adonde las esperaban, y entonces les habló de lo que parecía una sociedad.

-Un día yo le dije a una chava, así nomás para tantear: Oye, pues a veces algunos clientes me preguntan que dónde la onda es tranquila, tú sabes, discreta. ¿Qué dices? ¿Te los llevó?, digo, si se puede. Y ella me dijo que sí. Y así empezó todo, hasta el día aquel que le conté.

Se hizo amigo de ella y de varias. De modo que sabía dónde encontrarlas, cuáles eran sus números telefónicos, los costos del servicio, si procedían o no del interior del país, si eran controladas por alguien y hasta si tenían hijos. Casi todo sabía de ellas:

-No me lo va a creer pero a veces hasta sabía qué perfume se ponían para el jale… Y había unas que, no hombre, no necesitaban perfume. Estaban, que nomás viera… A veces unas me decían, ven por mí a tal hora; y si no salgo, pita dos veces o más…

Así que, un día dejó el taxi, se acicaló más o menos, metió unos billetes en su cartera y salió a disfrutar el mundo que creía dominaba. Por supuesto que fue a otros lugares, y en uno de ellos la encontró:

-Usted la veía, y nomás porque estaba en el bar, si no, ni por la cabeza le pasaba que fuera. Bien chamaquita, bien bonita, y todo bien. Y como yo ya sabía cómo era el negocio, pues por ahí me fui, hasta que ya estábamos bien a todo dar y muy acá. Ya hasta el mesero sabía cuándo debía de llevar las chelas… Y ya de rato nos salimos. Llegamos, pedimos otras chelas y empezó el jale. Todo iba bien, hasta que de repente me sentí bien mareado, ¡pero bien mareado! Sólo me acuerdo que pensé: ¡Ya me llevó la…! Me quedé bien jetón. Nomás porque como a las doce tocaron los del hotel, si no, me sigo.

Y cuando se incorporó en la cama todavía atolondrado, se dio cuenta de que la chica se había llevado su ropa, su reloj, una pulsera de plata, una cadena de oro que llevaba siempre en el cuello, la cartera… Todo.

-Me dejó hasta sin calcetines… Ya se imaginará cómo me fue con mi vieja.

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