/ viernes 13 de septiembre de 2019

El Baúl

Tardes de amor y desamor


El restaurancito, es un lugar tranquilo. Suelen ir los lectores eternos, en veces los jóvenes que acarician las costuras del enamoramiento y también los ancianos que se consuelan con evocar sus mocedades, contándoselas a quienes tienen oídos para escucharlas, y las parejas que intentan arreglar sus desacuerdos y rediseñar sus relaciones y que terminan votándose uno al otro. Excepto los jovencitos, que se hablan casi en susurros, tan enamorados están, los demás alzan la voz, de manera que uno se da cuenta de que los ancianos tienen problemas auditivos, mientras los amantes maduros demuestran que ya no quieren amarse más.

-Pero no creas tú que me coqueteaba desde lejos –decía la anciana, contando muy contenta sus cuitas de amor-; no, me daba unas acercadotas que para qué te cuento. Y yo nomás: hágase para allá, ¿que no ve que me estorba?, y él: pos´ hágase para acá para que me oiga bien… Y estaba guapo, estaba bonito, era grandote, con unos brazotes y una voz que nomás vieras…

-¿Y por qué no le hizo caso? –le dijo Azucena, la joven que acompañaba a la anciana en el café de la tarde.

-… Si no es que yo no quisiera, si me moría por verlo; eran mis papás, que querían que mejor le hiciera caso al tal Joel, del que te hablé. Ay, mamá, le decía yo a mi mamacita, que en paz descanse, ya más después, ¿pos´ cómo usté y mi papá, que esté con Dios, me pedían que le hiciera caso al Joel si ése no tenía ni un pelo de hombre. En cambio José Sacramento…, y a mi mamá le daban unas risotas que nomás vieras.

-¿¡Y qué!? –le reclamó a su pareja la amante enojada-: ¿tú nunca lo hiciste?... ¿Cres que ya se me olvidó lo de la fiesta de tus primos?...

-¡Eso ya lo arreglamos, no repitas las cosas! –dijo él.

-… No, chiquito, fíjate que no voy a seguir aguantando tus cosas. ¡O los dos, o ni tú, ni yo!

-¿Ves?... por eso nunca nos podemos poner de acuerdo, porque tú siempre sales con tus cosas.

-¡Mira, ya no será nada como tú quieres que sea! ¡Se acabó! ¡Aquí se acabó todo! –Y se levantó, cogió su bolsa y salió. Su pareja se levantó también y dio unos pasos hacia la salida del restaurancito.

-¡Joven! –dijo desde el mostrador la empleada que los atendía-. ¿Quiere su cuenta? ¡Orita se la llevo!

Los jovencitos, que se extasiaban uno en el otro, que apenas parpadeaban, que se miraban con ternura y que no habían dejado de amarse, volvieron de golpe a la realidad, mientras algunos comensales que habían estado atentos, esbozaron una sonrisa y volvieron a sus pláticas de café.

Dice la empleada que este tipo de escenas son frecuentes ahí. Dice que ya se sabe las historias de amor de muchas parejas.

-A veces hasta me dan celos.

Tardes de amor y desamor


El restaurancito, es un lugar tranquilo. Suelen ir los lectores eternos, en veces los jóvenes que acarician las costuras del enamoramiento y también los ancianos que se consuelan con evocar sus mocedades, contándoselas a quienes tienen oídos para escucharlas, y las parejas que intentan arreglar sus desacuerdos y rediseñar sus relaciones y que terminan votándose uno al otro. Excepto los jovencitos, que se hablan casi en susurros, tan enamorados están, los demás alzan la voz, de manera que uno se da cuenta de que los ancianos tienen problemas auditivos, mientras los amantes maduros demuestran que ya no quieren amarse más.

-Pero no creas tú que me coqueteaba desde lejos –decía la anciana, contando muy contenta sus cuitas de amor-; no, me daba unas acercadotas que para qué te cuento. Y yo nomás: hágase para allá, ¿que no ve que me estorba?, y él: pos´ hágase para acá para que me oiga bien… Y estaba guapo, estaba bonito, era grandote, con unos brazotes y una voz que nomás vieras…

-¿Y por qué no le hizo caso? –le dijo Azucena, la joven que acompañaba a la anciana en el café de la tarde.

-… Si no es que yo no quisiera, si me moría por verlo; eran mis papás, que querían que mejor le hiciera caso al tal Joel, del que te hablé. Ay, mamá, le decía yo a mi mamacita, que en paz descanse, ya más después, ¿pos´ cómo usté y mi papá, que esté con Dios, me pedían que le hiciera caso al Joel si ése no tenía ni un pelo de hombre. En cambio José Sacramento…, y a mi mamá le daban unas risotas que nomás vieras.

-¿¡Y qué!? –le reclamó a su pareja la amante enojada-: ¿tú nunca lo hiciste?... ¿Cres que ya se me olvidó lo de la fiesta de tus primos?...

-¡Eso ya lo arreglamos, no repitas las cosas! –dijo él.

-… No, chiquito, fíjate que no voy a seguir aguantando tus cosas. ¡O los dos, o ni tú, ni yo!

-¿Ves?... por eso nunca nos podemos poner de acuerdo, porque tú siempre sales con tus cosas.

-¡Mira, ya no será nada como tú quieres que sea! ¡Se acabó! ¡Aquí se acabó todo! –Y se levantó, cogió su bolsa y salió. Su pareja se levantó también y dio unos pasos hacia la salida del restaurancito.

-¡Joven! –dijo desde el mostrador la empleada que los atendía-. ¿Quiere su cuenta? ¡Orita se la llevo!

Los jovencitos, que se extasiaban uno en el otro, que apenas parpadeaban, que se miraban con ternura y que no habían dejado de amarse, volvieron de golpe a la realidad, mientras algunos comensales que habían estado atentos, esbozaron una sonrisa y volvieron a sus pláticas de café.

Dice la empleada que este tipo de escenas son frecuentes ahí. Dice que ya se sabe las historias de amor de muchas parejas.

-A veces hasta me dan celos.

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