/ domingo 19 de mayo de 2024

El cronista sanjuanense | Un hecho fatal en la Calle de la Bóveda

En la antigüedad, al respaldo de una capilla que se conoció como Capilla del Rosario, adjunta al templo de Santo Domingo, había un arco y bóveda que comunicaban el interior de la huerta del convento con el jardín de Santo Domingo. Al alinear la actual calle Zaragoza con este jardín, fue tirada esta bóveda quedándole a la calle, por esta causa, el nombre de Calle de la Bóveda, que estuvo en el primer tramo a partir de la antigua Calle Real (Avenida Juárez). Al pequeño jardín que existe al lado del templo, se le llamó Plazuela de Santo Domingo, en la actualidad oficialmente llamado Jardín Leona Vicario, que también se ha conocido como Jardín de la Mujer.

Existe una leyenda sanjuanense de finales del siglo XIX, que nos dio a conocer Rafael Ayala en su libro San Juan del Río, geografía e Historia; trata sobre un hecho fatal del que fue testigo la Calle de la Bóveda y que el tiempo ha tratado de borrar, no obstante que en su regazo, todavía aunque leves, se cuenta, se escuchan los quejidos de este amargo acontecimiento.

Era la mañana del domingo 11 de noviembre de 1889, cuando la ciudad entera se conmovió enormemente al saber que se acababa de efectuar en esa calle un horrendo crimen doble. Los habitantes de ciudades tranquilas, de esa época, como lo era San Juan del Río, se comunicaban con rapidez cualquier asunto bueno o malo. Así fue como en un momento se supo de esta nefanda fechoría.

Llegó a la ciudad una feliz pareja que, durante poco más de un mes, estuvo llamando poderosamente la atención del general de la sociedad por los públicos chiqueos amorosos que ostentaban.

Resulta que el señor Eduardo Zetina estaba casado con Catalina Bernal, y un buen día, Petra Cardoso se acercó al señor Zetina para revelarle los amores adúlteros que tenía su esposa con el señor Trinidad Arenalde, esposo de la denunciante.

Rápidamente dejó el edificio de la Secretaría de Hacienda donde él trabajaba, y con la velocidad del rayo, fue a su casa en coche. Mientras él dialogaba con la madre de Catalina, ésta salió en el propio coche en que había llegado Zetina unos momentos antes. Se dirigió la mujer a la Cámara de Diputados en la ciudad Santiago de Querétaro, lugar donde trabajaba Arenalde, y, allí, decidieron fugarse; libres, sin tropiezos.

Zetina vagó por todos los rumbos de la ciudad en busca de su esposa, pero no la encontró; hasta que dos mujeres intencionalmente platicaron junto a él, diciendo en donde se encontraban los dos amantes. San Juan del Río era el nido de sus amores.

Salió Zetina en el tren del sábado por la noche para San Juan del Río, disfrazado y armado, con el objeto de dar fin a este trance. Se alojó en un hotel inmediato a la estación del ferrocarril y, por la mañana, salió a buscar a los dos infames. Dio con el lugar de su alojamiento y ya localizados, se dirigió por la Calle de las Diversiones (actual Cuauhtémoc en su tercer tramo) a la Jefatura Municipal, con el objeto de dar aviso a la policía para que los pusiera en prisión. Al dar la vuelta a la Calle de la Bóveda (Zaragoza), vio venir a una pareja; reconociéndolos, se llenó de ira, abalanzándose Zetina sobre Arenalde. Eentonces Catalina lanzó un fortísimo grito, el que dio a entender a Zetina que todo su amor era para Arenalde y no para él; lleno de coraje se volvió contra su esposa, asentándole una puñalada que la tendió muerta a mitad de la calle.

Zetina, después de estos dos homicidios, corrió por la Calle de las Ánimas (actual Aldama) y en una accesoria se escondió; ahí fue finalmente capturado por la policía.

Una brillante defensa del abogado Vicente Ballesteros, le abrió las puertas de la cárcel, y, angustiado y triste, se encaminó rumbo a la estación del ferrocarril, que lo devolvió a su enlutado hogar.

Síganme en Facebook: @CronistaSanJuandelRio

En la antigüedad, al respaldo de una capilla que se conoció como Capilla del Rosario, adjunta al templo de Santo Domingo, había un arco y bóveda que comunicaban el interior de la huerta del convento con el jardín de Santo Domingo. Al alinear la actual calle Zaragoza con este jardín, fue tirada esta bóveda quedándole a la calle, por esta causa, el nombre de Calle de la Bóveda, que estuvo en el primer tramo a partir de la antigua Calle Real (Avenida Juárez). Al pequeño jardín que existe al lado del templo, se le llamó Plazuela de Santo Domingo, en la actualidad oficialmente llamado Jardín Leona Vicario, que también se ha conocido como Jardín de la Mujer.

Existe una leyenda sanjuanense de finales del siglo XIX, que nos dio a conocer Rafael Ayala en su libro San Juan del Río, geografía e Historia; trata sobre un hecho fatal del que fue testigo la Calle de la Bóveda y que el tiempo ha tratado de borrar, no obstante que en su regazo, todavía aunque leves, se cuenta, se escuchan los quejidos de este amargo acontecimiento.

Era la mañana del domingo 11 de noviembre de 1889, cuando la ciudad entera se conmovió enormemente al saber que se acababa de efectuar en esa calle un horrendo crimen doble. Los habitantes de ciudades tranquilas, de esa época, como lo era San Juan del Río, se comunicaban con rapidez cualquier asunto bueno o malo. Así fue como en un momento se supo de esta nefanda fechoría.

Llegó a la ciudad una feliz pareja que, durante poco más de un mes, estuvo llamando poderosamente la atención del general de la sociedad por los públicos chiqueos amorosos que ostentaban.

Resulta que el señor Eduardo Zetina estaba casado con Catalina Bernal, y un buen día, Petra Cardoso se acercó al señor Zetina para revelarle los amores adúlteros que tenía su esposa con el señor Trinidad Arenalde, esposo de la denunciante.

Rápidamente dejó el edificio de la Secretaría de Hacienda donde él trabajaba, y con la velocidad del rayo, fue a su casa en coche. Mientras él dialogaba con la madre de Catalina, ésta salió en el propio coche en que había llegado Zetina unos momentos antes. Se dirigió la mujer a la Cámara de Diputados en la ciudad Santiago de Querétaro, lugar donde trabajaba Arenalde, y, allí, decidieron fugarse; libres, sin tropiezos.

Zetina vagó por todos los rumbos de la ciudad en busca de su esposa, pero no la encontró; hasta que dos mujeres intencionalmente platicaron junto a él, diciendo en donde se encontraban los dos amantes. San Juan del Río era el nido de sus amores.

Salió Zetina en el tren del sábado por la noche para San Juan del Río, disfrazado y armado, con el objeto de dar fin a este trance. Se alojó en un hotel inmediato a la estación del ferrocarril y, por la mañana, salió a buscar a los dos infames. Dio con el lugar de su alojamiento y ya localizados, se dirigió por la Calle de las Diversiones (actual Cuauhtémoc en su tercer tramo) a la Jefatura Municipal, con el objeto de dar aviso a la policía para que los pusiera en prisión. Al dar la vuelta a la Calle de la Bóveda (Zaragoza), vio venir a una pareja; reconociéndolos, se llenó de ira, abalanzándose Zetina sobre Arenalde. Eentonces Catalina lanzó un fortísimo grito, el que dio a entender a Zetina que todo su amor era para Arenalde y no para él; lleno de coraje se volvió contra su esposa, asentándole una puñalada que la tendió muerta a mitad de la calle.

Zetina, después de estos dos homicidios, corrió por la Calle de las Ánimas (actual Aldama) y en una accesoria se escondió; ahí fue finalmente capturado por la policía.

Una brillante defensa del abogado Vicente Ballesteros, le abrió las puertas de la cárcel, y, angustiado y triste, se encaminó rumbo a la estación del ferrocarril, que lo devolvió a su enlutado hogar.

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