/ domingo 10 de marzo de 2024

El cronista sanjuanense | El báculo de fray Margil de Jesús


El venerable padre fray Antonio Margil de Jesús, sacerdote franciscano, misionero en Nueva España, uno de los grandes evangelizadores de América, con­siderado como el apóstol por antonomasia de Centroamérica, fundó el 11 de agosto de 1683 el beaterio de San Juan del Río, el cual dejaría a cargo de las Hermanas de la Tercera Orden Regular de San Francisco de Asís.

En esta ocasión me referiré al báculo del fraile. Gracias a Rafael Ayala Echávarri, sabemos de dos versiones de una leyenda que lo involucra. Una de ellas cuenta que, al hacer el trazo de la casa en la que se fundó el beaterio, fray Antonio Margil, dividió en dos zonas el terreno. Por un lado el camposanto y la huerta, y por el otro, lo que debían ser las celdas aposentos de las beatas, dejando como señal de esta división su báculo que enterró en la línea divisoria. Al siguiente día, suplicó que se le diera su báculo, que había dejado el día anterior como señal; las beatas fueron a por él y, al recogerlo, se sorprendieron al ver que había retoñado, por lo que no se atrevieron a sacarlo de su sitio, regresando a contarle a Margil lo que había sucedido con su báculo. Él les dijo que lo dejaran ahí como eterna memoria.

La segunda versión Ayala la relata así. En uno de los viajes que hacía de su convento de Querétaro a México, a su paso por San Juan del Río entró en el beaterio y allí pasó la noche. Al día siguiente, al salir para continuar su camino, la superiora le obsequió un nuevo báculo, pidiéndole el que traía, pero fray Antonio, que era tan humilde como previsor, le dijo (esto sucedía cuando fray Antonio pasaba por el jardincillo que se encontraba cerca de la huerta) “Pero como con este estoy muy acostumbrado a andar, aquí lo dejo para tomarlo de vuelta, y lo clavó en el suelo, de donde las beatas no le quitaron para no disgustarlo. Cuando fray Antonio Margil regresó, ya había comenzado a retoñar su báculo, que había sido confeccionado de un palo de limón. Con esta circunstancia, fue dejado en el mismo lugar donde lo había dejado fray Margil.”

Desde entonces este limonero fue considera­do con virtudes curativas llamándosele “El limón de fray Margil”. El cronista Rafael Ayala Echávarri lo conoció y describió así en su libro: “Había crecido en forma de báculo, como de unos dos metros y medio. Ya no existe en la huerta, fue arrancado por manos ajenas al convento y solo quedan pequeños trozos de tan estimable reliquia.” y, en efecto, siguen ahí esas reliquias, resguardadas por las monjas del actualmente llamado Monasterio de Nuestra Señora de los Dolores.

Pero no son las únicas leyendas que de fray Margil se tienen. En el convento de la Santa Cruz en la ciudad Santiago de Querétaro -primer Colegio de Propaganda de la fe (FIDE) de América que fundó el padre Margil de Jesús- existe un árbol que tiene espinas con forma de cruz. Sobre este árbol, cuenta la leyenda que, hacia el año 1697, cierto día, fray Antonio clavó su báculo o bastón en el patio del monasterio. Según la leyenda, este bastón había sido utilizado por el religioso en su recorrido por América, desde Costa Rica hasta Estados Unidos. Los días pasaron y el palo echó raíces dando como resultado un árbol que produce espinas con forma de cruz y en cada cruz también los clavos en espina, representación de la crucifixión de Jesucristo. Por el hecho de tener espinas en cruz, la iglesia católica considera a este árbol un milagro viviente. Aunado a lo anterior, era muy conocida la afirmación de que era el único ejemplar de una especie desconocida para la ciencia. Un árbol que no produce flores ni da frutos y que todos los intentos por reproducirlo a partir de sus ramas (esquejes) habían fallado, lo que hacía imposible tenerlo en casa o llevarlo a cualquier otro lugar fuera del monasterio. Pronto se vino abajo esta afirmación y se tuvo que modificar la leyenda que se cuenta en el convento, puesto que sí se ha logrado reproducir, en muchas casas se tiene como árbol simbólico de ornato, muchos comercian tanto con las espinas como con los retoños. La verdad es que el árbol del convento de la Cruz sí es conocido para la ciencia. Gracias a estudios de la Universidad Autónoma de México tenemos que este árbol pertenece a la familia de las mimosas y pueden vivir centenares de años. Su nombre científico es Gleditsia triacanthos L. Sus nombres comunes son: Acacia de tres espinas, acacia de tres puntas, gleditsia de tres espinas y robinia de la miel.

Fray Antonio Margil de Jesús expiró santamente el 6 de agosto de 1726, en el convento de San Francisco de la Ciudad de México y fue hasta 1835 cuando el papa Gregorio XVI lo declaró Venerable. En 1983, sus restos fueron trasladados al convento de Guadalupe de Zacatecas, que él fundó hacia 1707.


El venerable padre fray Antonio Margil de Jesús, sacerdote franciscano, misionero en Nueva España, uno de los grandes evangelizadores de América, con­siderado como el apóstol por antonomasia de Centroamérica, fundó el 11 de agosto de 1683 el beaterio de San Juan del Río, el cual dejaría a cargo de las Hermanas de la Tercera Orden Regular de San Francisco de Asís.

En esta ocasión me referiré al báculo del fraile. Gracias a Rafael Ayala Echávarri, sabemos de dos versiones de una leyenda que lo involucra. Una de ellas cuenta que, al hacer el trazo de la casa en la que se fundó el beaterio, fray Antonio Margil, dividió en dos zonas el terreno. Por un lado el camposanto y la huerta, y por el otro, lo que debían ser las celdas aposentos de las beatas, dejando como señal de esta división su báculo que enterró en la línea divisoria. Al siguiente día, suplicó que se le diera su báculo, que había dejado el día anterior como señal; las beatas fueron a por él y, al recogerlo, se sorprendieron al ver que había retoñado, por lo que no se atrevieron a sacarlo de su sitio, regresando a contarle a Margil lo que había sucedido con su báculo. Él les dijo que lo dejaran ahí como eterna memoria.

La segunda versión Ayala la relata así. En uno de los viajes que hacía de su convento de Querétaro a México, a su paso por San Juan del Río entró en el beaterio y allí pasó la noche. Al día siguiente, al salir para continuar su camino, la superiora le obsequió un nuevo báculo, pidiéndole el que traía, pero fray Antonio, que era tan humilde como previsor, le dijo (esto sucedía cuando fray Antonio pasaba por el jardincillo que se encontraba cerca de la huerta) “Pero como con este estoy muy acostumbrado a andar, aquí lo dejo para tomarlo de vuelta, y lo clavó en el suelo, de donde las beatas no le quitaron para no disgustarlo. Cuando fray Antonio Margil regresó, ya había comenzado a retoñar su báculo, que había sido confeccionado de un palo de limón. Con esta circunstancia, fue dejado en el mismo lugar donde lo había dejado fray Margil.”

Desde entonces este limonero fue considera­do con virtudes curativas llamándosele “El limón de fray Margil”. El cronista Rafael Ayala Echávarri lo conoció y describió así en su libro: “Había crecido en forma de báculo, como de unos dos metros y medio. Ya no existe en la huerta, fue arrancado por manos ajenas al convento y solo quedan pequeños trozos de tan estimable reliquia.” y, en efecto, siguen ahí esas reliquias, resguardadas por las monjas del actualmente llamado Monasterio de Nuestra Señora de los Dolores.

Pero no son las únicas leyendas que de fray Margil se tienen. En el convento de la Santa Cruz en la ciudad Santiago de Querétaro -primer Colegio de Propaganda de la fe (FIDE) de América que fundó el padre Margil de Jesús- existe un árbol que tiene espinas con forma de cruz. Sobre este árbol, cuenta la leyenda que, hacia el año 1697, cierto día, fray Antonio clavó su báculo o bastón en el patio del monasterio. Según la leyenda, este bastón había sido utilizado por el religioso en su recorrido por América, desde Costa Rica hasta Estados Unidos. Los días pasaron y el palo echó raíces dando como resultado un árbol que produce espinas con forma de cruz y en cada cruz también los clavos en espina, representación de la crucifixión de Jesucristo. Por el hecho de tener espinas en cruz, la iglesia católica considera a este árbol un milagro viviente. Aunado a lo anterior, era muy conocida la afirmación de que era el único ejemplar de una especie desconocida para la ciencia. Un árbol que no produce flores ni da frutos y que todos los intentos por reproducirlo a partir de sus ramas (esquejes) habían fallado, lo que hacía imposible tenerlo en casa o llevarlo a cualquier otro lugar fuera del monasterio. Pronto se vino abajo esta afirmación y se tuvo que modificar la leyenda que se cuenta en el convento, puesto que sí se ha logrado reproducir, en muchas casas se tiene como árbol simbólico de ornato, muchos comercian tanto con las espinas como con los retoños. La verdad es que el árbol del convento de la Cruz sí es conocido para la ciencia. Gracias a estudios de la Universidad Autónoma de México tenemos que este árbol pertenece a la familia de las mimosas y pueden vivir centenares de años. Su nombre científico es Gleditsia triacanthos L. Sus nombres comunes son: Acacia de tres espinas, acacia de tres puntas, gleditsia de tres espinas y robinia de la miel.

Fray Antonio Margil de Jesús expiró santamente el 6 de agosto de 1726, en el convento de San Francisco de la Ciudad de México y fue hasta 1835 cuando el papa Gregorio XVI lo declaró Venerable. En 1983, sus restos fueron trasladados al convento de Guadalupe de Zacatecas, que él fundó hacia 1707.