/ domingo 25 de febrero de 2024

El cronista sanjuanense | 1867. Segunda estadía de Maximiliano en San Juan del Río

La primera vez que el austriaco estuvo en tierra sanjuanense fue en agosto de 1864, en su primer viaje al interior de una nación la cual debía conocer.

Pasaron casi tres años y, sin saber su final destino, Maximiliano realizó el último de los seis viajes que emprendió en México. Esta travesía la realizó del 13 de febrero al 19 de junio de 1867. Así fue como visitó por segunda vez San Juan del Río, el 17 de febrero de aquel año. Llegó a la ciudad al frente de una columna de mil doscientos hombres de su ejército. Apenas llegando, mandó imprimir carteles con la orden del día; esto definía clara­mente la situación que imperaba con el entonces emperador, antes de entrar a la ciudad Santiago de Querétaro.

Gracias a documentos históricos sabemos que, ese mismo día, desde San Juan del Río, Maximiliano envió una carta al padre August Gottlieb Ludwig Fisher -hacia el final, fue el hombre de su mayor confianza- instruyéndole lo siguiente: “Ordene usted en mi nombre a la Casa de Moneda que se acuñe el mayor número posible de pesos fuertes (pesos oro), para que en la próxima conducta de di­nero que viene con los húsares estén también las monedas de nuevo cuño con mi busto, y que se pueda ponerlas en circulación dándolas a conocer en todo el país.”

Durante esta segunda estadía, el Habsburgo emitió una proclama desde San Juan del Río al pueblo de México, al asumir el mando del ejército mexicano: “Hoy me pongo al frente y tomo el mando de nuestro ejército, que ape­nas dos meses hace podría llegar á reunirse y á formarse. Ese día lo de­seaba yo ardientemente desde hace mucho tiempo; obstáculos ajenos de mi voluntad me detenían. Ahora libre de todo compromiso, puedo seguir solamente mis sentimientos de bueno y fiel patriota. Nuestro deber como leales ciudadanos, nos obliga a combatir por los dos principios más sa­grados del país, por su independencia que se ve amenazada por hombres que en sus miras egoístas quieren negociar hasta con el territorio nacional, y por el buen orden interior, que vemos cada día ofendido de la manera más cruel para nuestros compatriotas pacíficos, libre nuestra acción de todo influjo, de toda presión extranjera, buscamos el mantener alto el honor de nuestra gloriosa bandera tricolor. Espero que los generales darán a los oficiales, y estos a sus bizarras tro­pas, el digno ejemplo de la más estricta obediencia y de la más rígida dis­ciplina, como es debido a un ejército que debe realzar la dignidad nacional. De valor y arrogancia no necesito hablar a los mexicanos, siendo un pa­trimonio nato de nuestro país. He nombrado al valiente general Márquez jefe de mi Estado Mayor, y re­partido el ejército en tres cuerpos, dando el mando del primero al bizarro general Miramón, dejando el mando del segundo a su jefe actual, y del ter­cero al intrépido general Mejía. Espero de un día a otro también la llegada del denodado general Méndez, con sus fieles y sufridas tropas, que tomarán su lugar en el segundo cuerpo. Ya me acompaña también el patriota general Vidaurri, para organizar cuanto antes sus tropas y abrir la campaña del norte. Confiemos en Dios que protege y protegerá a México, y combatamos va­liente y tenazmente con nuestra sagrada invocación: ¡Viva la independencia! San Juan del Río, Febrero 17 de 1867.- Maximiliano.”

Maximiliano siguió su marcha a la ciudad de Santiago de Querétaro, donde casi cuatro meses después sería apresado y enjuiciado; finalmente fusilado en el Cerro de las Campa­nas, el 19 de junio de 1867. Dos meses después, en agosto, después de una serie de problemas y cosas raras, sus restos fueron trasladados a su ciudad natal, Viena, en Austria.

Lejos de gobernar con los intereses de Francia, Maximiliano se veía a sí mismo como una figura de integración nacional. La justicia y el bienestar de todos fueron sus objetivos más importantes. Uno de sus primeros actos, como emperador fue restringir las horas laborales y abolir el trabajo de los menores. Canceló todas las deudas de los campesinos que excedían los diez pesos, restauró la propiedad común y prohibió todas las formas de castigo corporal. También rompió con el monopolio de las tiendas de raya y decretó que la fuerza obrera no podía ser comprada o vendida por el precio de su decreto.

La primera vez que el austriaco estuvo en tierra sanjuanense fue en agosto de 1864, en su primer viaje al interior de una nación la cual debía conocer.

Pasaron casi tres años y, sin saber su final destino, Maximiliano realizó el último de los seis viajes que emprendió en México. Esta travesía la realizó del 13 de febrero al 19 de junio de 1867. Así fue como visitó por segunda vez San Juan del Río, el 17 de febrero de aquel año. Llegó a la ciudad al frente de una columna de mil doscientos hombres de su ejército. Apenas llegando, mandó imprimir carteles con la orden del día; esto definía clara­mente la situación que imperaba con el entonces emperador, antes de entrar a la ciudad Santiago de Querétaro.

Gracias a documentos históricos sabemos que, ese mismo día, desde San Juan del Río, Maximiliano envió una carta al padre August Gottlieb Ludwig Fisher -hacia el final, fue el hombre de su mayor confianza- instruyéndole lo siguiente: “Ordene usted en mi nombre a la Casa de Moneda que se acuñe el mayor número posible de pesos fuertes (pesos oro), para que en la próxima conducta de di­nero que viene con los húsares estén también las monedas de nuevo cuño con mi busto, y que se pueda ponerlas en circulación dándolas a conocer en todo el país.”

Durante esta segunda estadía, el Habsburgo emitió una proclama desde San Juan del Río al pueblo de México, al asumir el mando del ejército mexicano: “Hoy me pongo al frente y tomo el mando de nuestro ejército, que ape­nas dos meses hace podría llegar á reunirse y á formarse. Ese día lo de­seaba yo ardientemente desde hace mucho tiempo; obstáculos ajenos de mi voluntad me detenían. Ahora libre de todo compromiso, puedo seguir solamente mis sentimientos de bueno y fiel patriota. Nuestro deber como leales ciudadanos, nos obliga a combatir por los dos principios más sa­grados del país, por su independencia que se ve amenazada por hombres que en sus miras egoístas quieren negociar hasta con el territorio nacional, y por el buen orden interior, que vemos cada día ofendido de la manera más cruel para nuestros compatriotas pacíficos, libre nuestra acción de todo influjo, de toda presión extranjera, buscamos el mantener alto el honor de nuestra gloriosa bandera tricolor. Espero que los generales darán a los oficiales, y estos a sus bizarras tro­pas, el digno ejemplo de la más estricta obediencia y de la más rígida dis­ciplina, como es debido a un ejército que debe realzar la dignidad nacional. De valor y arrogancia no necesito hablar a los mexicanos, siendo un pa­trimonio nato de nuestro país. He nombrado al valiente general Márquez jefe de mi Estado Mayor, y re­partido el ejército en tres cuerpos, dando el mando del primero al bizarro general Miramón, dejando el mando del segundo a su jefe actual, y del ter­cero al intrépido general Mejía. Espero de un día a otro también la llegada del denodado general Méndez, con sus fieles y sufridas tropas, que tomarán su lugar en el segundo cuerpo. Ya me acompaña también el patriota general Vidaurri, para organizar cuanto antes sus tropas y abrir la campaña del norte. Confiemos en Dios que protege y protegerá a México, y combatamos va­liente y tenazmente con nuestra sagrada invocación: ¡Viva la independencia! San Juan del Río, Febrero 17 de 1867.- Maximiliano.”

Maximiliano siguió su marcha a la ciudad de Santiago de Querétaro, donde casi cuatro meses después sería apresado y enjuiciado; finalmente fusilado en el Cerro de las Campa­nas, el 19 de junio de 1867. Dos meses después, en agosto, después de una serie de problemas y cosas raras, sus restos fueron trasladados a su ciudad natal, Viena, en Austria.

Lejos de gobernar con los intereses de Francia, Maximiliano se veía a sí mismo como una figura de integración nacional. La justicia y el bienestar de todos fueron sus objetivos más importantes. Uno de sus primeros actos, como emperador fue restringir las horas laborales y abolir el trabajo de los menores. Canceló todas las deudas de los campesinos que excedían los diez pesos, restauró la propiedad común y prohibió todas las formas de castigo corporal. También rompió con el monopolio de las tiendas de raya y decretó que la fuerza obrera no podía ser comprada o vendida por el precio de su decreto.