/ domingo 17 de marzo de 2024

El campesino, un oficio de sacrificios

Mónico es un productor de La Valla, quien, pese a los malos momentos del último año, sigue en pie, sembrando su tierra

Mónico se refugia bajo la sombra de un pequeño mezquite. Está sentado sobre la tierra, apacible, como esperando para atender una cita que ya sabía que iba a llegar, pero sin conocer a quienes se le iba a poner en frente. Ahí se encuentra, atajándose el sol con una gorra verde, dándose una tregua con el fresco de aquel árbol y retirándose los terrones de tierra que trae en las manos.

Para él, el oficio del campesino es una actividad que conlleva sacrificios, pero también satisfacciones. “Es nuestro jalecito”, lo dice así, frase por frase. Sintetizando sus ideas para verbalizarlas con palabras precisas acomodadas una encima de la otra. Hoy, afirma, este trabajo ha traído más una cosa de la otra, pero está convencido de que no queda más que permanecer firmes por el mero gusto de labrar la tierra.

Explica que el pedazo de tierra que tiene a las periferias de la comunidad de La Valla, en San Juan del Río, ha sido su escuela durante mucho tiempo, pues gran parte de sus 45 años de vida los ha pasado ahí. Primero al lado de su papá, aprendiendo el oficio, conociendo la tierra, los ciclos, las bondades y cuidados que se le deben de dar a la planta. Luego, como en todo, le tocó a él solo y fue cuando conoció el otro lado, el de los sacrificios.

Prueba de ello, afirma, es lo que ha sucedido desde hace tres años. Señala que de un tiempo para acá los ciclos de lluvia comenzaron a alterarse. Primero el agua caía a destiempo, luego las precipitaciones no eran las suficientes y finalmente, se llegó la crisis, cuando en 2023 no llovió nada.

“Estamos a los que Dios diga. Estuvo muy mal el año pasado. Sembramos chile y maíz y ni uno jaló. A ver este año qué pasa”, cuenta.

Tiene 45 años de edad y el campo ha sido su vida. Foto: Cesar Ortiz / El Sol de San Juan del Río

Menciona que ante la falta del líquido, comenzó a implementar el riego por goteo en su tierra, el cual aun así resulta insuficiente para la planta de chilaca que ha sembrado en estos últimos años. Asimismo, dice que el año pasado su economía, como la de muchos otros campesinos, se vio severamente afectada, pues en vez de ganancias, lo único que se cosechó fueron pérdidas y una que otra deuda.

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“Todo eso afectó la economía. Todo lo que falló nos pasó a joder todo. Hasta quedamos endrogados el año pasado. No la libramos, no sacamos ni los gastos ahora sí… Sí”, señala y al tiempo que toma una rama para picar la tierra y hurgarla hasta encontrar un consuelo.

Mónico se refugia bajo la sombra de un pequeño mezquite. Está sentado sobre la tierra, apacible, como esperando para atender una cita que ya sabía que iba a llegar, pero sin conocer a quienes se le iba a poner en frente. Ahí se encuentra, atajándose el sol con una gorra verde, dándose una tregua con el fresco de aquel árbol y retirándose los terrones de tierra que trae en las manos.

Para él, el oficio del campesino es una actividad que conlleva sacrificios, pero también satisfacciones. “Es nuestro jalecito”, lo dice así, frase por frase. Sintetizando sus ideas para verbalizarlas con palabras precisas acomodadas una encima de la otra. Hoy, afirma, este trabajo ha traído más una cosa de la otra, pero está convencido de que no queda más que permanecer firmes por el mero gusto de labrar la tierra.

Explica que el pedazo de tierra que tiene a las periferias de la comunidad de La Valla, en San Juan del Río, ha sido su escuela durante mucho tiempo, pues gran parte de sus 45 años de vida los ha pasado ahí. Primero al lado de su papá, aprendiendo el oficio, conociendo la tierra, los ciclos, las bondades y cuidados que se le deben de dar a la planta. Luego, como en todo, le tocó a él solo y fue cuando conoció el otro lado, el de los sacrificios.

Prueba de ello, afirma, es lo que ha sucedido desde hace tres años. Señala que de un tiempo para acá los ciclos de lluvia comenzaron a alterarse. Primero el agua caía a destiempo, luego las precipitaciones no eran las suficientes y finalmente, se llegó la crisis, cuando en 2023 no llovió nada.

“Estamos a los que Dios diga. Estuvo muy mal el año pasado. Sembramos chile y maíz y ni uno jaló. A ver este año qué pasa”, cuenta.

Tiene 45 años de edad y el campo ha sido su vida. Foto: Cesar Ortiz / El Sol de San Juan del Río

Menciona que ante la falta del líquido, comenzó a implementar el riego por goteo en su tierra, el cual aun así resulta insuficiente para la planta de chilaca que ha sembrado en estos últimos años. Asimismo, dice que el año pasado su economía, como la de muchos otros campesinos, se vio severamente afectada, pues en vez de ganancias, lo único que se cosechó fueron pérdidas y una que otra deuda.

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“Todo eso afectó la economía. Todo lo que falló nos pasó a joder todo. Hasta quedamos endrogados el año pasado. No la libramos, no sacamos ni los gastos ahora sí… Sí”, señala y al tiempo que toma una rama para picar la tierra y hurgarla hasta encontrar un consuelo.

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