/ domingo 8 de mayo de 2022

Aquí Querétaro

¿Qué seríamos nosotros, todos, sin nuestras tradiciones? ¿Qué podríamos hacer sin las raíces fomentadas desde nuestros ancestros? ¿A qué podríamos aspirar sin mirar la vida desde nuestra propia identidad?

Decía el escritor colombiano Alberto Lleras que un pueblo sin tradiciones es un pueblo sin porvenir. Y es que las tradiciones, de una manera u otra, efectivamente, enriquecen nuestro presente y aseguran nuestro futuro, al menos espiritualmente. Las tradiciones, las fiestas populares, las costumbres de una comunidad, pueden ser el mejor y mayor imán de atracción al origen, y la oportunidad, ineludible y siempre precisa, de convivencia.

Las manifestaciones culturales, como la de las fiestas del Gallo, recientemente nombradas Patrimonio Cultural Inmaterial del Estado, son expresiones de una sociedad, donde salen a flote los valores, las tradiciones, las creencias y la forma de ver la vida de un pueblo. Por ello su enorme importancia, su manifiesta trascendencia.

Estas fiestas del Gallo, que comparten Hércules, en el municipio de Querétaro, y La Cañada, en El Marqués, tienen antecedentes muy remotos, incluso, se dice, del siglo XVI, y connotaciones religiosas, específicamente católicas, evidentes. Ya sea para honrar a la Purísima Concepción, en Hércules, o a San Pedro, en La Cañada, este paseo nocturno habla muy claramente de devoción, de solidaridad, de imaginación, de creatividad, de cohesión, de esperanza, y claro está, de fiesta, de una fiesta singular, única, entrañable y popular.

Se trata de una expresión con elementos que la convierten en una manifestación única y trascendente, con su recorrido, con el alimento que los vecinos ofrecen, con los cantos religiosos que se repiten, y sobre todo, con la elaboración artesanal de los gallos de papel de china, carrizo y cartón (ahora ya los hacen hasta de plástico), que unidos con hilo de cáñamo, toman vida y bailan al ritmo de las manos que los sostienen con garrochas.

De la “noche de las estrellas” a la fiesta del Gallo, de las estrellas luminosas a los bailadores gallos artesanales, la tradición ha ido renovándose sin perder su esencia, y esto la ha hecho aún más interesante y más entrañable, porque como bien decía Carlos Fuentes, “para crear, debes ser consciente de las tradiciones, pero para mantener las tradiciones, debes de crear algo nuevo”. Ahí radica parte fundamental de su importancia, de su trascendencia, aunque, como también pudo verse en la develación que de un gallo monumental hecho estatua realizó hace una semana el Obispo de Querétaro, las tradiciones populares no están exentas de los excesos y vicios, que también, como en el caso del consumo de alcohol, se pueden ir colando por sus rendijas.

Las llamadas “Fiestas del Gallo”, que comparten Hércules y La Cañada, son ya, desde enero pasado, Patrimonio Cultural Inmaterial del Estado, según decreto publicado por el Gobernador. Serán las propias comunidades que las han heredado las responsables de cuidarlas y enaltecerlas.

¿Qué seríamos nosotros, todos, sin nuestras tradiciones? ¿Qué podríamos hacer sin las raíces fomentadas desde nuestros ancestros? ¿A qué podríamos aspirar sin mirar la vida desde nuestra propia identidad?

Decía el escritor colombiano Alberto Lleras que un pueblo sin tradiciones es un pueblo sin porvenir. Y es que las tradiciones, de una manera u otra, efectivamente, enriquecen nuestro presente y aseguran nuestro futuro, al menos espiritualmente. Las tradiciones, las fiestas populares, las costumbres de una comunidad, pueden ser el mejor y mayor imán de atracción al origen, y la oportunidad, ineludible y siempre precisa, de convivencia.

Las manifestaciones culturales, como la de las fiestas del Gallo, recientemente nombradas Patrimonio Cultural Inmaterial del Estado, son expresiones de una sociedad, donde salen a flote los valores, las tradiciones, las creencias y la forma de ver la vida de un pueblo. Por ello su enorme importancia, su manifiesta trascendencia.

Estas fiestas del Gallo, que comparten Hércules, en el municipio de Querétaro, y La Cañada, en El Marqués, tienen antecedentes muy remotos, incluso, se dice, del siglo XVI, y connotaciones religiosas, específicamente católicas, evidentes. Ya sea para honrar a la Purísima Concepción, en Hércules, o a San Pedro, en La Cañada, este paseo nocturno habla muy claramente de devoción, de solidaridad, de imaginación, de creatividad, de cohesión, de esperanza, y claro está, de fiesta, de una fiesta singular, única, entrañable y popular.

Se trata de una expresión con elementos que la convierten en una manifestación única y trascendente, con su recorrido, con el alimento que los vecinos ofrecen, con los cantos religiosos que se repiten, y sobre todo, con la elaboración artesanal de los gallos de papel de china, carrizo y cartón (ahora ya los hacen hasta de plástico), que unidos con hilo de cáñamo, toman vida y bailan al ritmo de las manos que los sostienen con garrochas.

De la “noche de las estrellas” a la fiesta del Gallo, de las estrellas luminosas a los bailadores gallos artesanales, la tradición ha ido renovándose sin perder su esencia, y esto la ha hecho aún más interesante y más entrañable, porque como bien decía Carlos Fuentes, “para crear, debes ser consciente de las tradiciones, pero para mantener las tradiciones, debes de crear algo nuevo”. Ahí radica parte fundamental de su importancia, de su trascendencia, aunque, como también pudo verse en la develación que de un gallo monumental hecho estatua realizó hace una semana el Obispo de Querétaro, las tradiciones populares no están exentas de los excesos y vicios, que también, como en el caso del consumo de alcohol, se pueden ir colando por sus rendijas.

Las llamadas “Fiestas del Gallo”, que comparten Hércules y La Cañada, son ya, desde enero pasado, Patrimonio Cultural Inmaterial del Estado, según decreto publicado por el Gobernador. Serán las propias comunidades que las han heredado las responsables de cuidarlas y enaltecerlas.