/ viernes 8 de marzo de 2024

Contraluz | Esperanza Cabrera 


Corría el año de 1987 y en Berlín, en la Alemania aún dividida, hablaba yo con un académico que curioso me preguntaba por Querétaro e insistía en que sólo sabían de nuestro estado por Maximiliano y el, para ellos, penoso fin del II Imperio. Me preguntaba más que por talentos queretanos, por figuras de fama que hubiesen trascendido fronteras.

Yo le había hablado de Mariano de las Casas, del pintor Miguel Vallejo y Mandujano, de poetas como Juan B. Delgado, José Rodolfo Anaya, Francisco Cervantes, Salvador Alcocer; de Heriberto Frías, novelista; de músicos como J. Guadalupe Velázquez, Fernando Loyola, Agustín González, Cirilo Conejo, Julián Zúñiga, Esperanza Cabrera Muñoz… pero tuve que aceptar en ese entonces que famosos-famosos en todo el mundo pues no, no había. Ante su sonrisa en la que me pareció advertir algo de sorna, insistí en que talento sí había y mucho, y en que Querétaro era una región de cultura y urbanidad, de comunidad bien avenida, pese a desigualdades e insuficiencias, de valores culturales, de crecimiento y estabilidad…

Le di ejemplos: la Universidad, el Tec, el ITQ, los grandes colegios privados y oficiales; las nuevas fábricas; el desarrollo industrial, sobre todo en las áreas textil y de autopartes.

En medio de mi exposición, de pronto me pareció verlo molesto. Y para confirmar mi percepción espetó: entonces son casi el lugar de la utopía, o Jauja, porque si tienen talento y casi ninguno famoso en todo el mundo, es que viven tan bien que salen poco o no salen; y que si salen, regresan… y eso es imposible, remató.

Me sorprendió su inusitada reacción que parecía ir más allá del enojo; se levantó del asiento y ya de pie señalándome me dijo que seguramente en Querétaro tampoco teníamos grandes futbolistas como Hugo Sánchez; toreros de época como Manolo Martínez – todavía no nacía Octavio García “El Payo”-; cantantes o compositores como Jorge Negrete, José Alfredo Jiménez, Lola Beltrán, María de Lourdes o Silvestre Revueltas...

Me pareció prudente guardar silencio y observarlo fijamente, con el mentón descansando en mi mano. No dijo más, se fue.

Dos días después me pidió disculpas y me anunció que cuando viniera a México no vendría a Querétaro, pues preferiría quedarse con la duda.

Sorprendido medité con afán de revisión la conversación y mis dichos sobre mi tierra. Y me volvió a sorprender de su reacción.

Me centré entonces en recordar la figura entusiasta y alegre de Esperanza Cabrera Muñoz pianista de enorme talento que sin dejar de atender el gran don recibido, formó su familia con don Víctor Hinojosa procreando seis hijos María Guadalupe, Víctor, Gilberto, Ma. Esperanza, Isaura y Carlos.

La conocí y admiré siendo su alumno durante tres cursos en la década de los años 60 en el juniorado marista de San Javier. Viví su entusiasmo en las ceremonias de fin de cursos en las que el platillo principal eran sus interpretaciones de música de autores como Chopin, Mozart, Beethoven, Verdi, Liszt, Brahms, en la que combinaba fuerza y dulzura, armonía y digitalización, ritmo y audacia. Sus intervenciones eran un banquete musical pleno que llevaban al público por los meandros más excelsos o más dúctiles de la condición humana expresados a través de las teclas blancas y negras con emoción, técnica y sentimiento, así se tratara de públicos reducidos, imberbes o de simples adolescentes.

La visité tiempo después en su casa en la Privada Encanto y después en Avenida Universidad donde siempre atenta, vivaz y accesible hablaba con entusiasmo de música, de sus conciertos, de sus alumnos y de su familia. Era un talento non que nunca agostó el don recibido, lo prodigó durante toda su vida, desde los cinco años, con emoción y con gratitud.

Nació el 16 de febrero de 1924 y pasó su infancia en San Juan del Río donde de la mano de su madre, doña Esther Muñoz descubrió muy pequeña la gran luz de su talento.

Los años de su infancia fueron de perseverancia, disciplina, estudio y gozo siendo reconocida como niña prodigio y concentrando la atención de los mejores maestros como Fernando Loyola, Agustín González, y posteriormente Arnulfo Miramontes, Manuel M. Ponce y Julián Zúñiga.

Es famosa su actuación, a los 8 años en la radio XEW “La Voz de la América Latina” interpretando un “Nocturno” de Federico Chopin a cuyo término la esposa del presidente Abelardo L. Rodríguez que escuchaba el programa, solicitó que repitiera su interpretación.

Fue icónica su participación en el histórico concierto de 1943 al lado de Manuel M. Ponce, Julián Carrillo y la famosa contralto Fanny Anitúa en nuestro Museo Regional; y poco después el estreno, en el Castillo de Chapultepec, del “Concierto para piano y orquesta” de Arnulfo Miramontes.

En febrero de 1946 El Universal reseñó: “la Srita. Esperanza Cabrera nos cautivó al escucharle un programa erizado de dificultades, en su concierto dado en la Sala de Conferencias del Palacio de Bellas Artes.

La Obertura “Tanhauser” de Wagner-Liszt, que hace 10 años se la oímos a Hoffman pareció impecable en las manos de la Srita. Cabrera quien hizo derroche de su portentosa técnica y dotes interpretativas”.

En 1948 en el desaparecido Teatro Cine Plaza –hoy Plaza del Sol- Esperanza Cabrera recibió de manos del gobernador Agapito Pozo el título de concertista que marcaba el final de sus estudios profesionales ofreciendo un gran concierto como culmen de su carrera.

El programa lo integraron obras de Beethoven, Brahms, Liszt, Bach, Paderewski, Verdi y Balakirew.

Su vida transcurrió después entre conciertos y docencia, tanto en el Conservatorio, su Alma Mater, como en escuelas públicas y privadas de Querétaro mientras construía su familia con don Víctor Hinojosa.

La maestra Esperanza Cabrera de Hinojosa era sencilla y luminosa, sabía de su talento y calidad interpretativa, pero no se daba ínfulas de diva, todo lo contrario, era cordial, entusiasta, disciplinada y alegre.

Un derrame cerebral cegó lamentablemente su fructífera vida el 24 de diciembre de 1979 luego de una delicada cirugía.

El maestro Eduardo Loarca Castillo, historiador, cronista y músico, demandó entonces un lugar para ella en el Panteón de Personajes Ilustres de Querétaro.

Supo Esperanza Cabrera de Hinojosa del éxito, pero más del gozo triunfal de quien sabe cultivar y compartir los talentos recibidos.

El pasado viernes 16 de febrero se cumplió el centenario de su nacimiento por lo que del jueves 15 al sábado 17 hubo conciertos en el auditorio “Cirilo Conejo Roldán” del Conservatorio de Música; en el auditorio de la Facultad de Bellas Artes –la vieja Academia- que lleva su nombre; y en el Portal del Diezmo en San Juan del Río.


Corría el año de 1987 y en Berlín, en la Alemania aún dividida, hablaba yo con un académico que curioso me preguntaba por Querétaro e insistía en que sólo sabían de nuestro estado por Maximiliano y el, para ellos, penoso fin del II Imperio. Me preguntaba más que por talentos queretanos, por figuras de fama que hubiesen trascendido fronteras.

Yo le había hablado de Mariano de las Casas, del pintor Miguel Vallejo y Mandujano, de poetas como Juan B. Delgado, José Rodolfo Anaya, Francisco Cervantes, Salvador Alcocer; de Heriberto Frías, novelista; de músicos como J. Guadalupe Velázquez, Fernando Loyola, Agustín González, Cirilo Conejo, Julián Zúñiga, Esperanza Cabrera Muñoz… pero tuve que aceptar en ese entonces que famosos-famosos en todo el mundo pues no, no había. Ante su sonrisa en la que me pareció advertir algo de sorna, insistí en que talento sí había y mucho, y en que Querétaro era una región de cultura y urbanidad, de comunidad bien avenida, pese a desigualdades e insuficiencias, de valores culturales, de crecimiento y estabilidad…

Le di ejemplos: la Universidad, el Tec, el ITQ, los grandes colegios privados y oficiales; las nuevas fábricas; el desarrollo industrial, sobre todo en las áreas textil y de autopartes.

En medio de mi exposición, de pronto me pareció verlo molesto. Y para confirmar mi percepción espetó: entonces son casi el lugar de la utopía, o Jauja, porque si tienen talento y casi ninguno famoso en todo el mundo, es que viven tan bien que salen poco o no salen; y que si salen, regresan… y eso es imposible, remató.

Me sorprendió su inusitada reacción que parecía ir más allá del enojo; se levantó del asiento y ya de pie señalándome me dijo que seguramente en Querétaro tampoco teníamos grandes futbolistas como Hugo Sánchez; toreros de época como Manolo Martínez – todavía no nacía Octavio García “El Payo”-; cantantes o compositores como Jorge Negrete, José Alfredo Jiménez, Lola Beltrán, María de Lourdes o Silvestre Revueltas...

Me pareció prudente guardar silencio y observarlo fijamente, con el mentón descansando en mi mano. No dijo más, se fue.

Dos días después me pidió disculpas y me anunció que cuando viniera a México no vendría a Querétaro, pues preferiría quedarse con la duda.

Sorprendido medité con afán de revisión la conversación y mis dichos sobre mi tierra. Y me volvió a sorprender de su reacción.

Me centré entonces en recordar la figura entusiasta y alegre de Esperanza Cabrera Muñoz pianista de enorme talento que sin dejar de atender el gran don recibido, formó su familia con don Víctor Hinojosa procreando seis hijos María Guadalupe, Víctor, Gilberto, Ma. Esperanza, Isaura y Carlos.

La conocí y admiré siendo su alumno durante tres cursos en la década de los años 60 en el juniorado marista de San Javier. Viví su entusiasmo en las ceremonias de fin de cursos en las que el platillo principal eran sus interpretaciones de música de autores como Chopin, Mozart, Beethoven, Verdi, Liszt, Brahms, en la que combinaba fuerza y dulzura, armonía y digitalización, ritmo y audacia. Sus intervenciones eran un banquete musical pleno que llevaban al público por los meandros más excelsos o más dúctiles de la condición humana expresados a través de las teclas blancas y negras con emoción, técnica y sentimiento, así se tratara de públicos reducidos, imberbes o de simples adolescentes.

La visité tiempo después en su casa en la Privada Encanto y después en Avenida Universidad donde siempre atenta, vivaz y accesible hablaba con entusiasmo de música, de sus conciertos, de sus alumnos y de su familia. Era un talento non que nunca agostó el don recibido, lo prodigó durante toda su vida, desde los cinco años, con emoción y con gratitud.

Nació el 16 de febrero de 1924 y pasó su infancia en San Juan del Río donde de la mano de su madre, doña Esther Muñoz descubrió muy pequeña la gran luz de su talento.

Los años de su infancia fueron de perseverancia, disciplina, estudio y gozo siendo reconocida como niña prodigio y concentrando la atención de los mejores maestros como Fernando Loyola, Agustín González, y posteriormente Arnulfo Miramontes, Manuel M. Ponce y Julián Zúñiga.

Es famosa su actuación, a los 8 años en la radio XEW “La Voz de la América Latina” interpretando un “Nocturno” de Federico Chopin a cuyo término la esposa del presidente Abelardo L. Rodríguez que escuchaba el programa, solicitó que repitiera su interpretación.

Fue icónica su participación en el histórico concierto de 1943 al lado de Manuel M. Ponce, Julián Carrillo y la famosa contralto Fanny Anitúa en nuestro Museo Regional; y poco después el estreno, en el Castillo de Chapultepec, del “Concierto para piano y orquesta” de Arnulfo Miramontes.

En febrero de 1946 El Universal reseñó: “la Srita. Esperanza Cabrera nos cautivó al escucharle un programa erizado de dificultades, en su concierto dado en la Sala de Conferencias del Palacio de Bellas Artes.

La Obertura “Tanhauser” de Wagner-Liszt, que hace 10 años se la oímos a Hoffman pareció impecable en las manos de la Srita. Cabrera quien hizo derroche de su portentosa técnica y dotes interpretativas”.

En 1948 en el desaparecido Teatro Cine Plaza –hoy Plaza del Sol- Esperanza Cabrera recibió de manos del gobernador Agapito Pozo el título de concertista que marcaba el final de sus estudios profesionales ofreciendo un gran concierto como culmen de su carrera.

El programa lo integraron obras de Beethoven, Brahms, Liszt, Bach, Paderewski, Verdi y Balakirew.

Su vida transcurrió después entre conciertos y docencia, tanto en el Conservatorio, su Alma Mater, como en escuelas públicas y privadas de Querétaro mientras construía su familia con don Víctor Hinojosa.

La maestra Esperanza Cabrera de Hinojosa era sencilla y luminosa, sabía de su talento y calidad interpretativa, pero no se daba ínfulas de diva, todo lo contrario, era cordial, entusiasta, disciplinada y alegre.

Un derrame cerebral cegó lamentablemente su fructífera vida el 24 de diciembre de 1979 luego de una delicada cirugía.

El maestro Eduardo Loarca Castillo, historiador, cronista y músico, demandó entonces un lugar para ella en el Panteón de Personajes Ilustres de Querétaro.

Supo Esperanza Cabrera de Hinojosa del éxito, pero más del gozo triunfal de quien sabe cultivar y compartir los talentos recibidos.

El pasado viernes 16 de febrero se cumplió el centenario de su nacimiento por lo que del jueves 15 al sábado 17 hubo conciertos en el auditorio “Cirilo Conejo Roldán” del Conservatorio de Música; en el auditorio de la Facultad de Bellas Artes –la vieja Academia- que lleva su nombre; y en el Portal del Diezmo en San Juan del Río.