/ domingo 23 de julio de 2023

El cronista sanjuanense | Comercio de esclavos en San Juan del Río


Gracias al historiador sanjuanense Rafael Ayala Echávarri, sabemos de casos en los que se dio el comercio de esclavos en el entonces pueblo de San Juan del Río, concretamente en el siglo XVII.

El pueblo, al ser el cruce de todos los caminos, era un sitio en el que ocurría un gran mercado de toda clase de mercancías, entre ellas, el comercio de esclavos.

Los compradores y vendedores de esclavos lo hacían en tiempos en que estaba permitido en el virreinato de la Nueva España, por lo que en el pueblo de San Juan del Río se realizaban continuamente estas ventas.

Entre los sucesos sobre la esclavitud y el comercio de personas está, por ejemplo, sobre una esclava que estaba al borde de la muerte en el parto y su dueña, al momento, ofreció que el producto del alumbramiento, si nacía con “felicidad”, lo destinaría a cuidar la sacristía del convento de Santo Domingo. El parto se realizó con “felicidad”. Crecido el mulato fue sin remedio a la sacristía del convento, como lo había prometido el ama de la esclava.

Otro de estos casos fue el de un joven mulato que, al tratar de saltar una cerca para detener unos animales, le falló un pie y dio contra una roca, fracturándose ambas piernas. Quedó inválido. Sin dudarlo, su amo lo envió a Santiago de Querétaro con unas paupérrimas muletas, para que allí fuese vendido por inservible.

Ayala dio a conocer una venta de esclavo en una subasta llevada a cabo en San Juan del Río. El documento de esta venta dice lo siguiente.

“Sepan cuantos esta carta vieren como ante mí Don Diego Valles Teniente General de la ciudad de Santiago de Querétaro y de este pueblo de San Juan del Río, obrando como juez receptor a falta de escribano público y real con los testigos de mi asistencia. Pareció José Yáñez hijo y heredero de Gonzalo Yáñez difunto dueño de hacienda en esta Jurisdicción y dijo que otorgaba y otorgó escritura de venta real de un mulato esclavo, criado en casa de su dicho padre llamado Antonio hijo de una mulata llamada Alfonsa esclava de dicho su padre, la cual en participación que hicieron los herederos, dieron libertad a ella, y por parte de su legítimo cupo al otorgante el dicho mulato el cual es cosa propia concede y traspasa en Pedro de Artassa mercader viandante al dicho mulato llamado Antonio de color blanco de edad de veintiocho años poco mas o menos el cual vende sujeto a servidumbre, sin tacha ni enfermedad (exterior o secreta) por el precio de trescientos setenta pesos en reales que recibió realmente en reales de a ocho lo cual paga y entregamiento se hizo ante mi y dichos testigos y el dicho vendedor confiesa ser justo el valor de dicho esclavo de los dichos trescientos setenta pesos que tiene recibidos y aunque valga mas hace donación en forma buena, mera e irrevocable en el dicho Pedro de Artassa como comprador de dicho mulato, renuncia del ordenamiento real y desde luego desiste y aparta del señorío posición derecho de patronazgo u otras cualesquiera condiciones reales o personales, titulo, recurso que me pertenezcan a el dicho esclavo y lo cede y traspasa en el dicho Pedro Artassa a quien tiene entregado dicho mulato, y el dicho José Yáñez como real vendedor se obliga al saneamiento de el como mejor pueda ser obligado y de cualquier otra diferencia que contra el se mostrare la sacara a par y salió de manera que puede con el dicho esclavo libre y pacíficamente sin daño contra mi contradicción y si no pudiere sanear el dicho mulato pagará los dichos trescientos setenta pesos con mas las costas y daños que le hicieren sobre lo cual sea bastante el juramento simple de dicho Pedro de Artassa en que la difiere y para lo hacer cumplir y pagar obliga su persona y bienes habidos y por haber y da poder a todas las justicias de su Majestad y en especial las de este pueblo para que se apremien y compelan a ello como sentencia pasada de una cosa juzgada y la firmo ante mí dicho teniente siendo testigo F. José Rangel, Francisco Gonzales de Paredes y Francisco de Sevilla, quienes firmaron dicha compra".

Aunque con anterioridad se habían emitido decretos aboliendo la esclavitud con Miguel Hidalgo en 1810 y con José María Morelos en 1813, el comercio de esclavos terminó hasta el año 1829, cuando el presidente de la República, Vicente Guerrero, expidió un decreto que se hizo efectivo en México.

Se calcula que entre el siglo XVI y finales del siglo XIX alrededor de 12.5 millones de africanos y africanas fueron sacados a la fuerza de sus tierras de origen y traídos a América para ser vendidos y realizar tareas forzadas de diversas naturalezas.



Gracias al historiador sanjuanense Rafael Ayala Echávarri, sabemos de casos en los que se dio el comercio de esclavos en el entonces pueblo de San Juan del Río, concretamente en el siglo XVII.

El pueblo, al ser el cruce de todos los caminos, era un sitio en el que ocurría un gran mercado de toda clase de mercancías, entre ellas, el comercio de esclavos.

Los compradores y vendedores de esclavos lo hacían en tiempos en que estaba permitido en el virreinato de la Nueva España, por lo que en el pueblo de San Juan del Río se realizaban continuamente estas ventas.

Entre los sucesos sobre la esclavitud y el comercio de personas está, por ejemplo, sobre una esclava que estaba al borde de la muerte en el parto y su dueña, al momento, ofreció que el producto del alumbramiento, si nacía con “felicidad”, lo destinaría a cuidar la sacristía del convento de Santo Domingo. El parto se realizó con “felicidad”. Crecido el mulato fue sin remedio a la sacristía del convento, como lo había prometido el ama de la esclava.

Otro de estos casos fue el de un joven mulato que, al tratar de saltar una cerca para detener unos animales, le falló un pie y dio contra una roca, fracturándose ambas piernas. Quedó inválido. Sin dudarlo, su amo lo envió a Santiago de Querétaro con unas paupérrimas muletas, para que allí fuese vendido por inservible.

Ayala dio a conocer una venta de esclavo en una subasta llevada a cabo en San Juan del Río. El documento de esta venta dice lo siguiente.

“Sepan cuantos esta carta vieren como ante mí Don Diego Valles Teniente General de la ciudad de Santiago de Querétaro y de este pueblo de San Juan del Río, obrando como juez receptor a falta de escribano público y real con los testigos de mi asistencia. Pareció José Yáñez hijo y heredero de Gonzalo Yáñez difunto dueño de hacienda en esta Jurisdicción y dijo que otorgaba y otorgó escritura de venta real de un mulato esclavo, criado en casa de su dicho padre llamado Antonio hijo de una mulata llamada Alfonsa esclava de dicho su padre, la cual en participación que hicieron los herederos, dieron libertad a ella, y por parte de su legítimo cupo al otorgante el dicho mulato el cual es cosa propia concede y traspasa en Pedro de Artassa mercader viandante al dicho mulato llamado Antonio de color blanco de edad de veintiocho años poco mas o menos el cual vende sujeto a servidumbre, sin tacha ni enfermedad (exterior o secreta) por el precio de trescientos setenta pesos en reales que recibió realmente en reales de a ocho lo cual paga y entregamiento se hizo ante mi y dichos testigos y el dicho vendedor confiesa ser justo el valor de dicho esclavo de los dichos trescientos setenta pesos que tiene recibidos y aunque valga mas hace donación en forma buena, mera e irrevocable en el dicho Pedro de Artassa como comprador de dicho mulato, renuncia del ordenamiento real y desde luego desiste y aparta del señorío posición derecho de patronazgo u otras cualesquiera condiciones reales o personales, titulo, recurso que me pertenezcan a el dicho esclavo y lo cede y traspasa en el dicho Pedro Artassa a quien tiene entregado dicho mulato, y el dicho José Yáñez como real vendedor se obliga al saneamiento de el como mejor pueda ser obligado y de cualquier otra diferencia que contra el se mostrare la sacara a par y salió de manera que puede con el dicho esclavo libre y pacíficamente sin daño contra mi contradicción y si no pudiere sanear el dicho mulato pagará los dichos trescientos setenta pesos con mas las costas y daños que le hicieren sobre lo cual sea bastante el juramento simple de dicho Pedro de Artassa en que la difiere y para lo hacer cumplir y pagar obliga su persona y bienes habidos y por haber y da poder a todas las justicias de su Majestad y en especial las de este pueblo para que se apremien y compelan a ello como sentencia pasada de una cosa juzgada y la firmo ante mí dicho teniente siendo testigo F. José Rangel, Francisco Gonzales de Paredes y Francisco de Sevilla, quienes firmaron dicha compra".

Aunque con anterioridad se habían emitido decretos aboliendo la esclavitud con Miguel Hidalgo en 1810 y con José María Morelos en 1813, el comercio de esclavos terminó hasta el año 1829, cuando el presidente de la República, Vicente Guerrero, expidió un decreto que se hizo efectivo en México.

Se calcula que entre el siglo XVI y finales del siglo XIX alrededor de 12.5 millones de africanos y africanas fueron sacados a la fuerza de sus tierras de origen y traídos a América para ser vendidos y realizar tareas forzadas de diversas naturalezas.