/ domingo 4 de abril de 2021

Aquí Querétaro|Tradiciones de Semana Santa

Aquella media mañana, paseando sin preocupaciones en mi bicicleta por una calle de mi barrio, descubrí la costumbre, que entonces me pareció inentendible. Una jovencitas, cubetas en mano, intentaron vaciar su contenido líquido sobre mi humanidad, y solo mi pericia de entonces para dominar mi vehículo de dos ruedas logró esquivar el agua que, amenazante, estuvo a punto de empaparme de pies a cabeza. Reparé después en que era Sábado de Gloria, y aquella intención de las jovencitas una costumbre generalizada.

Con el paso del tiempo, escribiendo ya para las páginas de este periódico, me tocó relatar más ampliamente esta socorrida costumbre en la llamada Semana Mayor, y recuerdo muy vivamente aquellas batallas campales de agua que se escenificaban alrededor de las amplia fuente pública de San Francisquito, en una de las jornadas anuales más esperadas por los jóvenes del vecindario.

No fue, sin embargo, la costumbre de las mojadas, con su inherente miedo a ser receptor de aquellas aguas bajo el argumento que justo ese día era totalmente permitido agredir así a quien fuera, lo que más se me quedó en la memoria de las muchas, ricas y coloridas costumbres populares de la Semana Santa. Ahí, en el lugar de honor está ese espectáculo que recibe el nombre de Las Tres Caídas, y que no es otra cosa que una representación de las horas finales de Jesucristo.

También de niño, y en el mismo barrio, recuerdo muy bien mis carreras para encontrar un sitio seguro, como lo hacían todos los niños del entorno, con la presencia de Judas, que desde el poblado de Carrillo se acercaba por ahí para promocionar la actividad a desarrollarse en el futuro próximo; siempre con su túnica verde; siempre dispuesto a dar alcance a cualquier mozalbete que se acercara.

Las Tres Caídas, y todo lo que lo circunda, también me tocó relatarlo para el Diario de Querétaro, para el que me encargaban, allá por finales de los ochentas, las correspondientes notas de color. Desde La Cañada a Satélite, desde Carrillo Puerto a El Tángano, recorría siempre la ciudad, cada Viernes Santo, para dar cuenta de aquella fiesta religiosa que congregaba a infinidad de espectadores.

La más nutrida y espectacular era la de La Cañada, con sus recorridos por las calles, la escenificación del juicio a Jesucristo en un impresionante tapanco colocado a un costado del templo de San Pedro, y la posterior crucifixión en el cerro cercano a la cabecera municipal de El Marqués. Era Satélite, sin embargo, el lugar preferido por los reporteros gráficos, pues ahí podían tomarse inigualables fotografías de las tres cruces con la ciudad, mucho más pequeña que ahora, al fondo.

En Carrillo todo se escenificaba alrededor del templo, gracias entonces a la siempre dispuesta intención organizacional del padre José Morales, con buena cantidad de romanos con armaduras de latón e infinidad de puestos de fritangas y antojitos. En El Tángano, por su parte, se celebraba un recorrido por las diferentes estaciones, situadas entre el cerro, con canticos y alabanzas.

Años después, una de estas celebraciones en nuestro territorio estatal, concretamente en Tolimán, pasó a acompañar la información sobre estos temas en la prensa nacional junto a la de Iztapalapa, y no tanto por sus características propias, sino por el curioso dato de que era el mismísimo alcalde el que representaba a Jesucristo.

Este año, tan distinto como el anterior, nada de esto pudo vivirse. Me pregunto, con esa misma angustia que me propiciaban de niño los baños gratuitos e impunes del Sábado de Gloria, sin algún día, algún año, alguna Semana Mayor, volveremos a vivirlas como antaño.

ACOTACIÓN AL MARGEN

El tema de la pandemia ha sido un verdadero calvario para los habitantes del mundo, y desde luego, para los mexicanos. Como si esto no fuera suficiente, ahora el tema de las sedes para la vacunación a adultos mayores en el Municipio de Querétaro se volvió una telenovela difícil de entender en tiempos tan complejos.

No entiendo ni los dimes y diretes, ni las estiras y aflojas, de esta singular procesión rumbo al pinchazo en el brazo de los que la prensa llama abuelitos. Tampoco entiendo la estrategia de guardar la información de horarios hasta, casi literalmente, el último minuto, como si de una chistera de mago, como si de un estreno de película, se tratara. ¿Usted sí?

Aquella media mañana, paseando sin preocupaciones en mi bicicleta por una calle de mi barrio, descubrí la costumbre, que entonces me pareció inentendible. Una jovencitas, cubetas en mano, intentaron vaciar su contenido líquido sobre mi humanidad, y solo mi pericia de entonces para dominar mi vehículo de dos ruedas logró esquivar el agua que, amenazante, estuvo a punto de empaparme de pies a cabeza. Reparé después en que era Sábado de Gloria, y aquella intención de las jovencitas una costumbre generalizada.

Con el paso del tiempo, escribiendo ya para las páginas de este periódico, me tocó relatar más ampliamente esta socorrida costumbre en la llamada Semana Mayor, y recuerdo muy vivamente aquellas batallas campales de agua que se escenificaban alrededor de las amplia fuente pública de San Francisquito, en una de las jornadas anuales más esperadas por los jóvenes del vecindario.

No fue, sin embargo, la costumbre de las mojadas, con su inherente miedo a ser receptor de aquellas aguas bajo el argumento que justo ese día era totalmente permitido agredir así a quien fuera, lo que más se me quedó en la memoria de las muchas, ricas y coloridas costumbres populares de la Semana Santa. Ahí, en el lugar de honor está ese espectáculo que recibe el nombre de Las Tres Caídas, y que no es otra cosa que una representación de las horas finales de Jesucristo.

También de niño, y en el mismo barrio, recuerdo muy bien mis carreras para encontrar un sitio seguro, como lo hacían todos los niños del entorno, con la presencia de Judas, que desde el poblado de Carrillo se acercaba por ahí para promocionar la actividad a desarrollarse en el futuro próximo; siempre con su túnica verde; siempre dispuesto a dar alcance a cualquier mozalbete que se acercara.

Las Tres Caídas, y todo lo que lo circunda, también me tocó relatarlo para el Diario de Querétaro, para el que me encargaban, allá por finales de los ochentas, las correspondientes notas de color. Desde La Cañada a Satélite, desde Carrillo Puerto a El Tángano, recorría siempre la ciudad, cada Viernes Santo, para dar cuenta de aquella fiesta religiosa que congregaba a infinidad de espectadores.

La más nutrida y espectacular era la de La Cañada, con sus recorridos por las calles, la escenificación del juicio a Jesucristo en un impresionante tapanco colocado a un costado del templo de San Pedro, y la posterior crucifixión en el cerro cercano a la cabecera municipal de El Marqués. Era Satélite, sin embargo, el lugar preferido por los reporteros gráficos, pues ahí podían tomarse inigualables fotografías de las tres cruces con la ciudad, mucho más pequeña que ahora, al fondo.

En Carrillo todo se escenificaba alrededor del templo, gracias entonces a la siempre dispuesta intención organizacional del padre José Morales, con buena cantidad de romanos con armaduras de latón e infinidad de puestos de fritangas y antojitos. En El Tángano, por su parte, se celebraba un recorrido por las diferentes estaciones, situadas entre el cerro, con canticos y alabanzas.

Años después, una de estas celebraciones en nuestro territorio estatal, concretamente en Tolimán, pasó a acompañar la información sobre estos temas en la prensa nacional junto a la de Iztapalapa, y no tanto por sus características propias, sino por el curioso dato de que era el mismísimo alcalde el que representaba a Jesucristo.

Este año, tan distinto como el anterior, nada de esto pudo vivirse. Me pregunto, con esa misma angustia que me propiciaban de niño los baños gratuitos e impunes del Sábado de Gloria, sin algún día, algún año, alguna Semana Mayor, volveremos a vivirlas como antaño.

ACOTACIÓN AL MARGEN

El tema de la pandemia ha sido un verdadero calvario para los habitantes del mundo, y desde luego, para los mexicanos. Como si esto no fuera suficiente, ahora el tema de las sedes para la vacunación a adultos mayores en el Municipio de Querétaro se volvió una telenovela difícil de entender en tiempos tan complejos.

No entiendo ni los dimes y diretes, ni las estiras y aflojas, de esta singular procesión rumbo al pinchazo en el brazo de los que la prensa llama abuelitos. Tampoco entiendo la estrategia de guardar la información de horarios hasta, casi literalmente, el último minuto, como si de una chistera de mago, como si de un estreno de película, se tratara. ¿Usted sí?