/ domingo 19 de diciembre de 2021

Contraluz | Carmen y Vicente

El mundo de la farándula vivió dos días de luto la semana anterior. El día 9 de diciembre falleció Carmen Salinas, artista, productora, imitadora, y persona de una enorme generosidad y don de gentes a lo largo de su vida.

No fue ni mucho menos una diva. Era y fue siempre gente del pueblo, sencilla, dicharachera, estudiosa –aunque nunca lo presumía- trabajadora, todo lo cual dio alegría a su vida, colmada siempre de enorme generosidad.

La conocí recién iniciado Noticias, en una reunión con don Rogelio Garfias, su esposa Maru, el licenciado y notario Leopoldo Espinoza y su esposa en una convivencia amena en la entonces Fonda de San Antonio, local ubicado en la esquina de Corregidora con el pequeño jardín de San Antonio.

Mi hermano Miguel que la había conocido años antes cuando cubría Espectáculos para el Heraldo de México, y entonces -1974- era Jefe de Redacción de Noticias, la había invitado. Carmen Salinas filmaba entonces la espléndida película de Luis Alcoriza “Las Fuerzas Vivas” – hay qué volverla a ver; las cosas no han cambiado mucho- que se rodaba en el aún no remozado pueblo de Bernal y que por cierto, fotografiaba Rosalío Solano.

La volví a ver de nuevo en circunstancias difíciles. Mi hermano Miguel había fallecido repentinamente en junio de 1979, a los 38 años de edad.

Pocos días después apareció Carmen Salinas; fue al periódico y me dijo que quería visitar a Ana Gloria pues se había enterado del fallecimiento de Miguel.

Sorprendido, la acompañé a casa de mi cuñada que estaba devastada, y que sufría además pensando en las cuatro pequeñas hijas, la mayor de escasos 10 años. Ahí la abrazó, le dio el pésame y tras breve plática se despidió. A la salida me pidió que la acompañara y me preguntó por una tienda de ropa infantil. La llevé a las calles de Madero donde, entre Juárez y Allende, había al menos dos.

Entró en una y compró varios vestidos de distintas tallas para las niñas y con el cargamento volvió a casa de Ana Gloria y aún con los ojos anegados, la volvió a abrazar y se los dio, reiterándole su afecto y su disposición a apoyarla en lo que fuera.

De Carmen ya después sólo me enteré por los periódicos o por alguna de las películas –más de 110-; por programas de televisión y por su apuesta empresarial con la exitosa “Aventurera” en teatro. Pero su generosidad, su capacidad de dar, de venir a Querétaro, de estar atenta y al pendiente de la familia de Miguel a quien sólo había conocido como buen reportero y escritor de espectáculos, se me quedó grabada como luminoso testimonio de bien, como ejercicio de honda solidaridad desinteresada y como ejemplo de desprendimiento –signo siempre de sabiduría-.

Supe que pese a problemas, duelos y polémicas, siempre le fue bien, pues tenía el don de la alegría que unida a la sencillez, es cuenco de serenidad.

Falleció a los 82 años luego de sentirse mal tras una reunión familiar y de pasar varios días prácticamente en coma.

Su legado quedó plasmado en los numerosos testimonios de amigos y periodistas que la conocieron y supieron de su calidad humana, de su amistad generosa, de su alegría diáfana, de su serena capacidad de asumir éxitos y fracasos, en un medio en el que, por su propia naturaleza, parecen aflorar más el narcisismo, la inmadurez, los egos, la insidia y la maledicencia.

Vicente

Vicente Fernández es caso aparte. El llamado Charro de Huentitlán llenó con su voz y su personalidad una época en la que las corrientes musicales habían zigzagueado en búsqueda de definiciones tras el arribo del rock y la consagración de los nuevos grupos musicales encabezados por The Beatles.

La música tradicional había sufrido con la muerte de los tres grandes: Jorge Negrete, Pedro Infante y Javier Solís; así como la transición de temas bucólicos o campiranos al canto urbano y suburbano. Por fortuna arribó Vicente Fernández a fines de los años 60 del siglo anterior con una voz dura, potente y varonil armando un repertorio formidable encuadrado en lo que conocemos como música ranchera. Aparte de su voz, y del tesón con que inició su carrera –CBS y

“Amanecer Tapatío” fueron su cuna- tuvo la virtud de saber escoger su repertorio.

Apoyado en autores como José Alfredo, Agustín Lara, José Ángel

Espinoza “Ferrusquilla”, Cuco Sánchez, Tomás Méndez, Héctor Meneses, Martín Urieta y Jorge Massías, entre otros, acompañado del mariachi, supo abrir nuevos senderos a la música popular, coronándose como el más grande ícono durante más de cuatro décadas en las que recorrió México, parte de Estados Unidos y países latinoamericanos, siendo editadas casi 80 producciones discográficas, varias de ellas compilaciones, de las que vendió alrededor de 70 millones de discos. Filmó además 28 películas que arroparon la imagen del ranchero nuevo, frecuentemente inmigrante en las crecientes urbes.

Sensato, eligió vivir en la provincia, en su estado natal donde compró un rancho al que dedicó muchos años y en el que erigió una arena con capacidad para 11 mil personas.

Su muerte, el pasado 12 de diciembre, aunque era esperada por sus diversas afecciones, consternó a multitudes, y a personajes de todos los ámbitos: político, económico, artístico, cultural, deportivo e intelectual.

En Querétaro se le recuerda especialmente por el magno concierto que dio en la Plaza de Toros Santa María en 1980 a donde vino a cantar en apoyo al, proyecto entonces, asilo de ancianos Luz al Ocaso, gracias a las gestiones de Alfonso Patiño y Rogelio Garfias Ruiz quien lo convenció y cumplió las condiciones solicitadas. En los anales de nuestra plaza de Toros, queda dicha presentación que se extendió poco más de tres horas, como el día –tarde noche- en que entró mayor número de espectadores al bello recinto pues tendidos, andanada y barreras se llenaron a más de la sillería instalada en el ruedo quedando sólo un templete para la actuación del maestro y su mariachi. Dicho acontecimiento fue comentado con nostalgia y alegría durante semanas y meses en la, todavía entonces, mediana ciudad.

Otras veces llenó Vicente Fernández el palenque de la tradicional

Feria decembrina, así como en dos ocasiones el Estadio Corregidora.

Con su voz, su trabajo y su personalidad, fue Vicente Fernández ícono de sensatez artística y cultural que supo desentrañar gran parte del bagaje de nuestra música cantada, así como alentar y estimular a nuevos compositores, a confiar y apostar por la música nuestra, por nuestras ricas raíces mestizas, por nuestra cultura popular.

El mundo de la farándula vivió dos días de luto la semana anterior. El día 9 de diciembre falleció Carmen Salinas, artista, productora, imitadora, y persona de una enorme generosidad y don de gentes a lo largo de su vida.

No fue ni mucho menos una diva. Era y fue siempre gente del pueblo, sencilla, dicharachera, estudiosa –aunque nunca lo presumía- trabajadora, todo lo cual dio alegría a su vida, colmada siempre de enorme generosidad.

La conocí recién iniciado Noticias, en una reunión con don Rogelio Garfias, su esposa Maru, el licenciado y notario Leopoldo Espinoza y su esposa en una convivencia amena en la entonces Fonda de San Antonio, local ubicado en la esquina de Corregidora con el pequeño jardín de San Antonio.

Mi hermano Miguel que la había conocido años antes cuando cubría Espectáculos para el Heraldo de México, y entonces -1974- era Jefe de Redacción de Noticias, la había invitado. Carmen Salinas filmaba entonces la espléndida película de Luis Alcoriza “Las Fuerzas Vivas” – hay qué volverla a ver; las cosas no han cambiado mucho- que se rodaba en el aún no remozado pueblo de Bernal y que por cierto, fotografiaba Rosalío Solano.

La volví a ver de nuevo en circunstancias difíciles. Mi hermano Miguel había fallecido repentinamente en junio de 1979, a los 38 años de edad.

Pocos días después apareció Carmen Salinas; fue al periódico y me dijo que quería visitar a Ana Gloria pues se había enterado del fallecimiento de Miguel.

Sorprendido, la acompañé a casa de mi cuñada que estaba devastada, y que sufría además pensando en las cuatro pequeñas hijas, la mayor de escasos 10 años. Ahí la abrazó, le dio el pésame y tras breve plática se despidió. A la salida me pidió que la acompañara y me preguntó por una tienda de ropa infantil. La llevé a las calles de Madero donde, entre Juárez y Allende, había al menos dos.

Entró en una y compró varios vestidos de distintas tallas para las niñas y con el cargamento volvió a casa de Ana Gloria y aún con los ojos anegados, la volvió a abrazar y se los dio, reiterándole su afecto y su disposición a apoyarla en lo que fuera.

De Carmen ya después sólo me enteré por los periódicos o por alguna de las películas –más de 110-; por programas de televisión y por su apuesta empresarial con la exitosa “Aventurera” en teatro. Pero su generosidad, su capacidad de dar, de venir a Querétaro, de estar atenta y al pendiente de la familia de Miguel a quien sólo había conocido como buen reportero y escritor de espectáculos, se me quedó grabada como luminoso testimonio de bien, como ejercicio de honda solidaridad desinteresada y como ejemplo de desprendimiento –signo siempre de sabiduría-.

Supe que pese a problemas, duelos y polémicas, siempre le fue bien, pues tenía el don de la alegría que unida a la sencillez, es cuenco de serenidad.

Falleció a los 82 años luego de sentirse mal tras una reunión familiar y de pasar varios días prácticamente en coma.

Su legado quedó plasmado en los numerosos testimonios de amigos y periodistas que la conocieron y supieron de su calidad humana, de su amistad generosa, de su alegría diáfana, de su serena capacidad de asumir éxitos y fracasos, en un medio en el que, por su propia naturaleza, parecen aflorar más el narcisismo, la inmadurez, los egos, la insidia y la maledicencia.

Vicente

Vicente Fernández es caso aparte. El llamado Charro de Huentitlán llenó con su voz y su personalidad una época en la que las corrientes musicales habían zigzagueado en búsqueda de definiciones tras el arribo del rock y la consagración de los nuevos grupos musicales encabezados por The Beatles.

La música tradicional había sufrido con la muerte de los tres grandes: Jorge Negrete, Pedro Infante y Javier Solís; así como la transición de temas bucólicos o campiranos al canto urbano y suburbano. Por fortuna arribó Vicente Fernández a fines de los años 60 del siglo anterior con una voz dura, potente y varonil armando un repertorio formidable encuadrado en lo que conocemos como música ranchera. Aparte de su voz, y del tesón con que inició su carrera –CBS y

“Amanecer Tapatío” fueron su cuna- tuvo la virtud de saber escoger su repertorio.

Apoyado en autores como José Alfredo, Agustín Lara, José Ángel

Espinoza “Ferrusquilla”, Cuco Sánchez, Tomás Méndez, Héctor Meneses, Martín Urieta y Jorge Massías, entre otros, acompañado del mariachi, supo abrir nuevos senderos a la música popular, coronándose como el más grande ícono durante más de cuatro décadas en las que recorrió México, parte de Estados Unidos y países latinoamericanos, siendo editadas casi 80 producciones discográficas, varias de ellas compilaciones, de las que vendió alrededor de 70 millones de discos. Filmó además 28 películas que arroparon la imagen del ranchero nuevo, frecuentemente inmigrante en las crecientes urbes.

Sensato, eligió vivir en la provincia, en su estado natal donde compró un rancho al que dedicó muchos años y en el que erigió una arena con capacidad para 11 mil personas.

Su muerte, el pasado 12 de diciembre, aunque era esperada por sus diversas afecciones, consternó a multitudes, y a personajes de todos los ámbitos: político, económico, artístico, cultural, deportivo e intelectual.

En Querétaro se le recuerda especialmente por el magno concierto que dio en la Plaza de Toros Santa María en 1980 a donde vino a cantar en apoyo al, proyecto entonces, asilo de ancianos Luz al Ocaso, gracias a las gestiones de Alfonso Patiño y Rogelio Garfias Ruiz quien lo convenció y cumplió las condiciones solicitadas. En los anales de nuestra plaza de Toros, queda dicha presentación que se extendió poco más de tres horas, como el día –tarde noche- en que entró mayor número de espectadores al bello recinto pues tendidos, andanada y barreras se llenaron a más de la sillería instalada en el ruedo quedando sólo un templete para la actuación del maestro y su mariachi. Dicho acontecimiento fue comentado con nostalgia y alegría durante semanas y meses en la, todavía entonces, mediana ciudad.

Otras veces llenó Vicente Fernández el palenque de la tradicional

Feria decembrina, así como en dos ocasiones el Estadio Corregidora.

Con su voz, su trabajo y su personalidad, fue Vicente Fernández ícono de sensatez artística y cultural que supo desentrañar gran parte del bagaje de nuestra música cantada, así como alentar y estimular a nuevos compositores, a confiar y apostar por la música nuestra, por nuestras ricas raíces mestizas, por nuestra cultura popular.