/ viernes 7 de enero de 2022

Contraluz | Paco Ibáñez


“Hay que dejar pensar a toda la gente, que pueda hablar y proponer; de lo contrario todo se va secando, se va perdiendo…” decía hace poco en entrevista el republicano simpatizante de anarquistas e inmenso cantautor español Paco Ibáñez (1934-) al lamentar la rigidez dogmática de ideologías de todos los tonos y colores –incluida la izquierda-.

Lamentaba lo que ha ocurrido en Brasil, en Estados Unidos… en Andalucía en donde la izquierda ha fracasado dando paso a peligrosos esquemas de otros signos.

“Han fracasado, pues la izquierda también se cree cuando se adueña de las riendas del poder que lo saben todo, que van a organizar todo, que todo se tiene que hacer tal como ellos piensan, y no dejan pensar a los demás… Mira lo que ha ocurrido en Cuba mira lo que ha ocurrido en Venezuela. Y entonces de fracaso en fracaso porque no han comprendido que hay que dejar pensar a la gente, que pueda hablar y proponer. Pero no. Tienen tanto miedo de que los otros se van a desbordar y lo van a hacer mal y entonces son ellos los únicos que lo saben hacer…

“A los jóvenes les deseo que se pongan a pensar: que se atrevan a pensar. Si no piensas te dejas llevar por el viento y el aire; y te dejas llevar por “el arte” de los americanos que es desviarte de tu propio camino, desviarte de ti mismo, para que tú no piensas nada…” Lamentablemente, aunque pertenece a la hornada de cantautores surgidos en los años 50 y 60 del siglo anterior, que han honrado como pocos el ser y pensar de su tiempo, Paco Ibáñez estuvo pocas veces en México; la última, en 1999 cuando invitado por Cuauhtémoc Cárdenas, participó en las celebraciones del 60 aniversario del exilio español en México.

Exiliado él también con su familia, vivió su infancia en un caserío campirano, cerca de San Sebastián, España, entre yerba, montes y vacas donde estudió sus primeras letras. Después pudo cruzar con su familia los Pirineos y reunirse con su padre de quien aprendió ebanistería, estudió y abandonó el violín, y se encontró con la guitarra. Desde entonces cantó y gracias al inefable francés George Brassens al que trató cercanamente, enfiló por el camino de musicalizar poemas tanto de autores clásicos como de poetas hispanoamericanos y españoles.

Desde entonces surgieron numerosas grabaciones con poemas musicalizados del Arcipreste de Hita, de Góngora, Quevedo, Jorge Manrique, San Juan de la Cruz; asimismo de Miguel Hernández,

Antonio Machado, García Lorca, Rafael Alberti, Alfonsina Storni, Rubén Darío, Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Agustín Goitizolo, Leon Felipe.

Desde entonces también, escaló peldaños y cimas con fe con gracia y casi con sigilo.

Un día, en 1969, se iba a presentar, casi sin promoción, en el auditorio

Richelieu de la Sorbona de París; el salón resultó absolutamente desbordado teniendo qué cantar en el patio principal ante más de tres mil asistentes.

Poco después se presentó en memorable concierto en el icónico Olimpia de París al celebrarse el aniversario del movimiento popular de 1968.

Su pasión, como la de muchos de sus contemporáneos, ha sido por la palabra, la rebeldía, la alegría de la música, y la capacidad de denuncia, batalla en la que muchas veces se pierde.

En su ya muy larga trayectoria ha rechazado de Francia, España y algunos países latinoamericanos toda clase de premios y distinciones, considerando que pueden implicar ataduras; asegura que la respuesta del público es su única recompensa: “para mí, es el mejor premio”.

Sereno, continúa teniendo presentaciones, colaboraciones y participaciones en el mundo cultural hispanoamericano, escenarios en los que alude con serenidad a su larga cadena de encuentros afortunados que muchas veces se tornaron en amistades: con el admirado George Brassens, con Pablo Neruda –quien le pidió que musicalizara sus poemas-; con Salvador Dalí –quien ilustró la funda de uno de sus primeros acetatos-; con Violeta Parra; con Joan Baez quien lo acompañó en varias de sus presentaciones; con Atahualpa Yupanqui y con muchos más con quienes comparte alegrías, canto, vocación republicana, filosofía de la libertad y lamentos por las algunas señales de decadencia que advierte en este nuevo milenio que nació signado, quizá más que ningún otro, por el “poderoso caballero, don dinero”.

A sus 87 años continúa dando recitales, participando en

“conversatorios”, y sobre todo tratando de convencer a la juventud, siempre presente en sus conciertos, de la importancia y el gozo que deriva de pensar por sí mismos.


“Hay que dejar pensar a toda la gente, que pueda hablar y proponer; de lo contrario todo se va secando, se va perdiendo…” decía hace poco en entrevista el republicano simpatizante de anarquistas e inmenso cantautor español Paco Ibáñez (1934-) al lamentar la rigidez dogmática de ideologías de todos los tonos y colores –incluida la izquierda-.

Lamentaba lo que ha ocurrido en Brasil, en Estados Unidos… en Andalucía en donde la izquierda ha fracasado dando paso a peligrosos esquemas de otros signos.

“Han fracasado, pues la izquierda también se cree cuando se adueña de las riendas del poder que lo saben todo, que van a organizar todo, que todo se tiene que hacer tal como ellos piensan, y no dejan pensar a los demás… Mira lo que ha ocurrido en Cuba mira lo que ha ocurrido en Venezuela. Y entonces de fracaso en fracaso porque no han comprendido que hay que dejar pensar a la gente, que pueda hablar y proponer. Pero no. Tienen tanto miedo de que los otros se van a desbordar y lo van a hacer mal y entonces son ellos los únicos que lo saben hacer…

“A los jóvenes les deseo que se pongan a pensar: que se atrevan a pensar. Si no piensas te dejas llevar por el viento y el aire; y te dejas llevar por “el arte” de los americanos que es desviarte de tu propio camino, desviarte de ti mismo, para que tú no piensas nada…” Lamentablemente, aunque pertenece a la hornada de cantautores surgidos en los años 50 y 60 del siglo anterior, que han honrado como pocos el ser y pensar de su tiempo, Paco Ibáñez estuvo pocas veces en México; la última, en 1999 cuando invitado por Cuauhtémoc Cárdenas, participó en las celebraciones del 60 aniversario del exilio español en México.

Exiliado él también con su familia, vivió su infancia en un caserío campirano, cerca de San Sebastián, España, entre yerba, montes y vacas donde estudió sus primeras letras. Después pudo cruzar con su familia los Pirineos y reunirse con su padre de quien aprendió ebanistería, estudió y abandonó el violín, y se encontró con la guitarra. Desde entonces cantó y gracias al inefable francés George Brassens al que trató cercanamente, enfiló por el camino de musicalizar poemas tanto de autores clásicos como de poetas hispanoamericanos y españoles.

Desde entonces surgieron numerosas grabaciones con poemas musicalizados del Arcipreste de Hita, de Góngora, Quevedo, Jorge Manrique, San Juan de la Cruz; asimismo de Miguel Hernández,

Antonio Machado, García Lorca, Rafael Alberti, Alfonsina Storni, Rubén Darío, Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Agustín Goitizolo, Leon Felipe.

Desde entonces también, escaló peldaños y cimas con fe con gracia y casi con sigilo.

Un día, en 1969, se iba a presentar, casi sin promoción, en el auditorio

Richelieu de la Sorbona de París; el salón resultó absolutamente desbordado teniendo qué cantar en el patio principal ante más de tres mil asistentes.

Poco después se presentó en memorable concierto en el icónico Olimpia de París al celebrarse el aniversario del movimiento popular de 1968.

Su pasión, como la de muchos de sus contemporáneos, ha sido por la palabra, la rebeldía, la alegría de la música, y la capacidad de denuncia, batalla en la que muchas veces se pierde.

En su ya muy larga trayectoria ha rechazado de Francia, España y algunos países latinoamericanos toda clase de premios y distinciones, considerando que pueden implicar ataduras; asegura que la respuesta del público es su única recompensa: “para mí, es el mejor premio”.

Sereno, continúa teniendo presentaciones, colaboraciones y participaciones en el mundo cultural hispanoamericano, escenarios en los que alude con serenidad a su larga cadena de encuentros afortunados que muchas veces se tornaron en amistades: con el admirado George Brassens, con Pablo Neruda –quien le pidió que musicalizara sus poemas-; con Salvador Dalí –quien ilustró la funda de uno de sus primeros acetatos-; con Violeta Parra; con Joan Baez quien lo acompañó en varias de sus presentaciones; con Atahualpa Yupanqui y con muchos más con quienes comparte alegrías, canto, vocación republicana, filosofía de la libertad y lamentos por las algunas señales de decadencia que advierte en este nuevo milenio que nació signado, quizá más que ningún otro, por el “poderoso caballero, don dinero”.

A sus 87 años continúa dando recitales, participando en

“conversatorios”, y sobre todo tratando de convencer a la juventud, siempre presente en sus conciertos, de la importancia y el gozo que deriva de pensar por sí mismos.