/ domingo 28 de abril de 2024

Aquí Querétaro | Pepe y su sonrisa


A veces se vuelve a ser niño; se pierde lo acumulado en el cerebro por años y renace la capacidad de asombro como si las cosas se presentaran por primera vez en la vida.

Pepe es un nombre bueno, entrañable, capaz de darse a los demás sin reserva y con habilidades y talentos natos para la escultura, el canto y la construcción; un hombre que, si las circunstancias de su vida hubiesen sido distintas, se habría convertido en artista o arquitecto de renombre.

Pero Pepe nació en una aldea perdida a los pies de los imponentes Picos de Europa, trabajó el campo y el ganado de pequeño, y luego emigró a una ciudad cercana donde pudo hacerse de un trabajo estable que le permitió salir de esa vida cotidiana, dura e inacabable, del campo.

Lo conocí hace más de cuarenta años, y entonces descubrí su bello interior, su sonrisa presta y sus capacidades que, más allá del trabajo que realizaba en las cuadrillas de mantenimiento del Ayuntamiento, desarrollaba en sus ratos libres: infinidad de trabajos con la madera, a la que transformaba en animales, en busto de personas conocidas, en artículos dignos de admiración. También, lo recuerdo, los fines de semana trabajaba, para él o apoyando a otros, en la reconstrucción de muros y tejados de aquellas construcciones centenarias de su entorno natal.

El tiempo ha pasado, tanto que ambos hemos envejecido sin remedio. Pepe hoy es un hombre de más de ochenta años, retirado, que vive en una casa en la montaña con vistas espectaculares y un enorme perro que cuida de sus pasos.

Pepe ha ido perdiendo la memoria. Recuerda algunas cosas, pero solo algunas, y lo inmediato se pierde igualmente en la nebulosa de la nada, apenas sucedido.

Pero tiene la misma sonrisa tierna y transparente, idénticos sentimientos, eternos deseos de ayudar. Hace tiempo que goza de una pensión, pero su disfrute del tiempo de jubilación apenas se reduce a contemplar los nevados Picos de Europa a la distancia.

Recientemente lo ví varias veces en una misma semana, y cada vez, como si fuera la primera, sonrió ampliamente ante mi presencia y dio muestras evidentes del gusto interior que nuestro encuentro, en cada ocasión, le representaba.

Pepe hoy ha regresado a su niñez y se admira con todas las cosas que, día a día, vuelve a descubrir. No volveremos más a recorrer paisajes y lugares maravillosos juntos, y seguramente algún día me olvidará, cómo ha olvidado esos lugares para siempre, pero para mí seguirá siendo el mismo ser humano entrañable que conocí hace más de cuarenta años.

Finalmente, más tarde o más temprano, yo también volveré a ser niño y espero que para entonces, siga recordando su sonrisa.


A veces se vuelve a ser niño; se pierde lo acumulado en el cerebro por años y renace la capacidad de asombro como si las cosas se presentaran por primera vez en la vida.

Pepe es un nombre bueno, entrañable, capaz de darse a los demás sin reserva y con habilidades y talentos natos para la escultura, el canto y la construcción; un hombre que, si las circunstancias de su vida hubiesen sido distintas, se habría convertido en artista o arquitecto de renombre.

Pero Pepe nació en una aldea perdida a los pies de los imponentes Picos de Europa, trabajó el campo y el ganado de pequeño, y luego emigró a una ciudad cercana donde pudo hacerse de un trabajo estable que le permitió salir de esa vida cotidiana, dura e inacabable, del campo.

Lo conocí hace más de cuarenta años, y entonces descubrí su bello interior, su sonrisa presta y sus capacidades que, más allá del trabajo que realizaba en las cuadrillas de mantenimiento del Ayuntamiento, desarrollaba en sus ratos libres: infinidad de trabajos con la madera, a la que transformaba en animales, en busto de personas conocidas, en artículos dignos de admiración. También, lo recuerdo, los fines de semana trabajaba, para él o apoyando a otros, en la reconstrucción de muros y tejados de aquellas construcciones centenarias de su entorno natal.

El tiempo ha pasado, tanto que ambos hemos envejecido sin remedio. Pepe hoy es un hombre de más de ochenta años, retirado, que vive en una casa en la montaña con vistas espectaculares y un enorme perro que cuida de sus pasos.

Pepe ha ido perdiendo la memoria. Recuerda algunas cosas, pero solo algunas, y lo inmediato se pierde igualmente en la nebulosa de la nada, apenas sucedido.

Pero tiene la misma sonrisa tierna y transparente, idénticos sentimientos, eternos deseos de ayudar. Hace tiempo que goza de una pensión, pero su disfrute del tiempo de jubilación apenas se reduce a contemplar los nevados Picos de Europa a la distancia.

Recientemente lo ví varias veces en una misma semana, y cada vez, como si fuera la primera, sonrió ampliamente ante mi presencia y dio muestras evidentes del gusto interior que nuestro encuentro, en cada ocasión, le representaba.

Pepe hoy ha regresado a su niñez y se admira con todas las cosas que, día a día, vuelve a descubrir. No volveremos más a recorrer paisajes y lugares maravillosos juntos, y seguramente algún día me olvidará, cómo ha olvidado esos lugares para siempre, pero para mí seguirá siendo el mismo ser humano entrañable que conocí hace más de cuarenta años.

Finalmente, más tarde o más temprano, yo también volveré a ser niño y espero que para entonces, siga recordando su sonrisa.