/ sábado 25 de mayo de 2024

Catadura | La democracia contra la apatía

No hay plazo que no se cumpla, las campañas políticas están a punto de llegar a su fin y con ello tendremos la elección más grande en la historia de México, cada tres años se dice lo mismo porque el padrón electoral sigue creciendo y cada vez hay más mexicanos convocados a las urnas. En esta ocasión seremos más de 100 millones de potenciales votantes, de los cuáles 26 millones son jóvenes de 18 a 29 años y entre ellos, más de 4 millones podrán votar por primera vez. Este amplio grupo de población podría decidir por sí mismo el resultado de las elecciones; sin embargo, representa el sector más ausente a la hora de votar, simplemente no les interesa, les da igual el resultado porque, al fin y al cabo, para ellos, ninguno es capaz de llenar sus expectativas ni de hacer de éste un país mejor.

Los ciudadanos tendremos el derecho -pero también la obligación- de elegir no sólo al presidente de la República, sino también a la Cámara de Senadores y de Diputados y más de 20 mil puestos de elección popular. El problema es que somos muchos los que podemos ir a votar, pero pocos los que vamos realmente. Es una realidad que ninguna de las tres campañas presidenciales ha despertado mayor interés del habitual, ese que convirtió en su momento a Cuauhtémoc Cárdenas, Vicente Fox, o al mismo, Andrés Manuel López Obrador en fenómenos sociales que invitaban a la gente a cambiar la historia. Lo que vemos ahora son candidatos que no entusiasman, una contienda completamente desigual, con un presidente que ha asumido el papel de comandante supremo del proceso electoral y que por ningún motivo quiere que se le salga de las manos. El hombre que nació para hacer campañas -que no para gobernar-, está, quizá, ante el último desafío político de su vida; el de dejar su legado.

Aunque López Obrador sueñe con el poder transexenal, México ya no es el de antes, hoy en día no tiene cabida un escenario como ese. No se puede pretender gobernar con recetas del siglo pasado, la mayoría de ellas no funcionaron antes y menos lo harán ahora.

El presidencialismo mexicano está agotado, es preciso transitar hacia formas de gobierno más modernas, plurales, representativas, donde los protagonistas sean los ciudadanos, no quienes gobiernan.

El llamado a las urnas, más allá de nuestra ideología política, filias y fobias partidistas es, antes que nada, un llamado a la reflexión. Nuestra democracia debe tener la capacidad de vencer a la apatía y nosotros debemos decidir que México queremos; el que tenemos ahora, violento, marginal, dividido y corrupto, o por el contrario empezar a construir uno que todavía no existe; el participativo, incluyente, democrático y próspero. Son las dos opciones que tenemos este próximo 2 de junio, un país donde todo siga igual o el que realmente nos merecemos. Al tiempo.


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No hay plazo que no se cumpla, las campañas políticas están a punto de llegar a su fin y con ello tendremos la elección más grande en la historia de México, cada tres años se dice lo mismo porque el padrón electoral sigue creciendo y cada vez hay más mexicanos convocados a las urnas. En esta ocasión seremos más de 100 millones de potenciales votantes, de los cuáles 26 millones son jóvenes de 18 a 29 años y entre ellos, más de 4 millones podrán votar por primera vez. Este amplio grupo de población podría decidir por sí mismo el resultado de las elecciones; sin embargo, representa el sector más ausente a la hora de votar, simplemente no les interesa, les da igual el resultado porque, al fin y al cabo, para ellos, ninguno es capaz de llenar sus expectativas ni de hacer de éste un país mejor.

Los ciudadanos tendremos el derecho -pero también la obligación- de elegir no sólo al presidente de la República, sino también a la Cámara de Senadores y de Diputados y más de 20 mil puestos de elección popular. El problema es que somos muchos los que podemos ir a votar, pero pocos los que vamos realmente. Es una realidad que ninguna de las tres campañas presidenciales ha despertado mayor interés del habitual, ese que convirtió en su momento a Cuauhtémoc Cárdenas, Vicente Fox, o al mismo, Andrés Manuel López Obrador en fenómenos sociales que invitaban a la gente a cambiar la historia. Lo que vemos ahora son candidatos que no entusiasman, una contienda completamente desigual, con un presidente que ha asumido el papel de comandante supremo del proceso electoral y que por ningún motivo quiere que se le salga de las manos. El hombre que nació para hacer campañas -que no para gobernar-, está, quizá, ante el último desafío político de su vida; el de dejar su legado.

Aunque López Obrador sueñe con el poder transexenal, México ya no es el de antes, hoy en día no tiene cabida un escenario como ese. No se puede pretender gobernar con recetas del siglo pasado, la mayoría de ellas no funcionaron antes y menos lo harán ahora.

El presidencialismo mexicano está agotado, es preciso transitar hacia formas de gobierno más modernas, plurales, representativas, donde los protagonistas sean los ciudadanos, no quienes gobiernan.

El llamado a las urnas, más allá de nuestra ideología política, filias y fobias partidistas es, antes que nada, un llamado a la reflexión. Nuestra democracia debe tener la capacidad de vencer a la apatía y nosotros debemos decidir que México queremos; el que tenemos ahora, violento, marginal, dividido y corrupto, o por el contrario empezar a construir uno que todavía no existe; el participativo, incluyente, democrático y próspero. Son las dos opciones que tenemos este próximo 2 de junio, un país donde todo siga igual o el que realmente nos merecemos. Al tiempo.


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